El regalo como expresión de amor y gratitud
Las manos que regalan la rosa también quedan
perfumadas
Proverbio árabe
Se
acercan las fiestas navideñas y con ellas la costumbre de obsequiar a los seres
queridos, especialmente a los más pequeños de cada hogar. Es la celebración
cristiana del supuesto nacimiento del niño Jesús (las referencias bíblicas
parecen situarlo en un Belén primaveral y no invernal) y que se extiende como
imagen simbólica a todo niño de la comunidad; niños que están más allá de la
edad puesto que cada persona llevamos -con mayor o menor conciencia- uno en
nuestro interior
En todo
caso, se conmemora el nacimiento del niño humano divino que renacerá y lo
hacemos durante el periodo en el que desde tiempos inmemoriales se celebra el
renacimiento anual del Sol o el inicio de un nuevo ciclo vital en el que día a
día va creciendo la esperanzadora luz solar. Una coincidencia esta válida en el
hemisferio norte -y no en su inverso sur- que ha sido y es todavía el que de
una forma u otra tiende a imponer su cosmovisión por todo el mundo
Una
cosmovisión “norteña” que especialmente en las últimas décadas se ha
caracterizado por un materialismo cada vez más exacerbado. En este sentido, la
tradición de regalar a niños y no tan niños en estas fiestas se ha visto
“contaminada” por la vorágine consumista de extensión global cuya propensión
sabemos que es desvirtuarlo todo degradando su valiosa esencia
No
obstante, de cada uno de nosotros depende el dejarse arrastrar o no por los
“cantos de sirena” consumistas que inducen a la compra compulsiva y al gasto
desmesurado
En
efecto, se puede obsequiar desde la conciencia de que un regalo vale ante todo
por su calidad humana. Y es que el verdadero regalo emana del amor de quien
regala y no de su mayor o menor coste económico
Ofrecer
y reconocer
De
hecho, el saberse amado es el verdadero regalo que se recibe con un obsequio
cuando este está realmente pensado para su beneficiario. Saberse amado es
siempre un gratificante regalo y lo es muy especialmente en la infancia
En este
sentido, pocas experiencias marcan tanto en la vida de una persona como la de
una niñez sin regalos. Lo expresó con conmovedor desgarro Miguel Hernández en
su conocido poema Las abarcas desiertas rememorando su profunda
desilusión infantil al comprobar que año tras año los Reyes Magos pasaban de
largo por su casa:
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía
Y hacia las seis, mis
miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas
Se puede
argumentar que el niño Miguel como tantísimos niños de todos los tiempos y
lugares nació en una familia de pocos recursos económicos y en una época dura,
es cierto. Pero con todos los respetos, seguro que en esa misma realidad otras
familias encontraron la forma de llenar las abarcas de sus hijos con humildes
regalos como expresión de que -pese a tanto en contra- sus pequeños merecían
una sonrisa, sus pequeños merecían una chispa de ilusión y esperanza, sus
pequeños importaban y por ello tenían un obsequio que -aunque sencillo- era
expresión de su valor como personas
Y es que
un regalo hecho desde el amor con mayúsculas siempre implica para quien lo
recibe el saberse reconocido en la diferencia que encarna. Uno se siente amado
(uno niño, uno joven, uno adulto o uno anciano) precisamente porque reconoce el
amor de quien le ofrece algo tan especial para él
Quizás
uno -y más siendo niño- no sea capaz de llegar a abarcar conscientemente todo
lo que implica recibir un regalo así, pero sin duda sí que sabrá que es
querido, que importa. Y ese saberse es fundamental en la infancia porque
conformará una buena base para la vida venidera
Mirada
y abrazo
No
obstante, así como a menudo nos marca una infancia sin regalos también suele condicionarnos
su exceso. Y es que el exceso de regalos -al que es fácil caer en nuestra
sociedad de consumo- puede llegar a ser incluso más nocivo para un niño que la
ausencia de ellos
En
efecto, como es conocido, un “tenerlo todo” material en la infancia favorece el
crear individuos egoístas incapaces de valorar nada y que fácilmente enfoquen
sus vidas más en el “tener” que en el “ser”
Y en
todo caso y poniendo el foco en quien regala, es de notar que el exceso de
regalos a menudo pretende enmascarar su falta de dedicación -en tiempo y en
alma- a ese niño. Un niño que antes que nada espera su atención
Porque
si bien es de agradecer recibir regalos materiales en la infancia -y más allá
de ella-, estos nunca pueden ser substitutos de la mirada y el abrazo de
corazón que son la expresión original del amor y la gratitud
El
regalo que tiene valor real es pues -a mi entender- aquel que surge de la
mirada en amor y que se acompaña del abrazo sincero
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