La última película: De la luz cinematográfica y la infancia
Si miras con los ojos de inocencia, todo es divino (Federico Fellini)
Pan Nalin nos ofrece una joya cinematográfica de gran
belleza y sensibilidad que es un conmovedor homenaje al séptimo arte desde la
perspectiva de la infancia
La infancia, el niño que fuimos y somos y que como tal siente fascinación por la magia cinematográfica, el niño que vibra ante una buena película vivenciándola como si fuera real
En este sentido -y a mi entender que detallo en este ensayo- el guionista y realizador indio llega más allá de lo que hiciera Giuseppe Tornatore con su mítica Cinema Paradiso (1988)
Pero al contrario del clásico italiano, La última película (2021) – aunque fue bien recibida por la crítica y el público, siendo galardonada con distintos premios como la Espiga de Oro del Festival de Valladolid 2021- es casi una desconocida para el gran público quizás porque en su momento pasó fugazmente por la cartelera española
Una pena esa fugacidad en salas, aunque afortunadamente la película puede visionarse en distintas plataformas de streaming y de este modo ser apreciada en su humilde grandeza
Fascinación
Porque Nalin nos ofrece imágenes que se degustan en poética de luz. Pone luz a la idiosincrasia y a la diferencia de Saurashtra la región India retratada en la acción, un lugar muy peculiar en el que conviven distintas tradiciones milenarias
Y así mismo proyecta luz a los personajes que conforman la historia relatada, un alumbrar que es especialmente sensible con los niños que la protagonizan. Niños que tienen como líder indiscutible a Samay (Bhavin Rabari, en una espléndida interpretación)
Él es un chaval muy despierto y creativo que muestra una gran inquietud por descubrir e investigar todo lo que le rodea. Una fuerte inquietud que arrastra a sus amigos hacia su gran pasión: la luz y el cine
Samay siente gran fascinación por la luz natural que colma su tierra y por la magia del cine como gran captador de esa luz que es vida e ilumina vidas
Qué bellas son las imágenes en que lo vemos descalzo experimentando con vidrios de colores expuestos al sol sobre la vía del tren. El tren, el omnipresente tren que comunica su pequeña población con la ciudad en la que él estudia y en la que hay un cine, su “aula” preferida
Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers
Rebeldía
Su inquietud topa con la oposición paterna, su padre es un hombre próximo pero muy tradicional que ante la rebeldía de Samay –su empeño por ir al cine a costa de no asistir a la escuela- echa mano de vara y castigos
La madre es más empática pero está a la sombra del esposo, es una mujer silenciosa a quien vemos elaborar sabrosos alimentos con amor en su humilde cocina al aire libre del modestísimo hogar familiar. Alimentos especiados como es tradición y alimentos vegetarianos por la conciencia de un pueblo que entiende y respeta la naturaleza animal
Pero esa misma tradición “conciencial” flaquea en otros aspectos como es la igualdad de género: poco puede hacer la madre en una sociedad patriarcal como la retratada en la que lamentablemente la mujer es relegada a un mudo segundo plano
En esa desigual realidad, Samay recibe ayuda de dos hombres. Le apoyan el maestro quien valora el interés y la viveza que hay en él. Y así mismo el empleado del cine local que le permite estar en la cabina de proyección y le instruye a cambio de la suculenta comida materna
Una instrucción en materiales de cine que ya empiezan a quedar obsoletos, se trata de los clásicos proyectores de 35 mm y sus bobinas intercambiables. Samay comprobará pronto cómo dejan paso a los modernos sistemas digitales
Respetuoso silencio
Y cuando ese cambio radical se produce, el chaval se entrega a investigar qué ocurre con la maquinaria y las películas obsoletas
Nalin nos muestra de forma sublime su viaje como observador silencioso a la planta de reciclaje donde proyector y películas cobran nueva vida para otros usos como cubiertos, pulseras y ornamentos de colores traslúcidos
Y en esas pulseras femeninas –de feminidad más allá del género- nos retrata en belleza esencial cómo persiste la fascinación inocente del niño protagonista –y de los niños espectadores, nosotros- por el color y la luz
Samay paseando en silencio respetuoso y triste entre montones de cajas con bobinas de infinidad de películas que ya no volverán a ser iluminadas
Y la dura realidad de las precarias condiciones laborales de los trabajadores de la planta, hombres abocados sin protección o con escasa protección a grandes baldes que disuelven el celuloide provocando vapores tóxicos
Esa desprotección de la planta industrial puede entenderse como imagen de la desprotección de una sociedad –la de la India y la de tantos países de este desequilibrado mundo nuestro- con enormes deficiencias estructurales y que tienen a los niños como principales víctimas de sus carencias
Niños que trabajan aunque estudien –si es que tienen la fortuna de estudiar- como le ocurre a Samay quien está obligado a ayudar a su padre en su puesto de té junto a la estación ferroviaria
El tren de la vida
Como ocurre en los padres que aman a sus hijos más allá de sí mismos, el padre de Samay reflexiona y cambia radicalmente de actitud con su valioso hijo
Lo vemos solo tras observar cómo Samay parece finalmente conformarse a sus dictados, allí da la impresión de que reflexiona –quizás se recuerda niño- sobre su rígido modo de actuar
Y tras esa introspección el hombre por primera vez se interesa por las motivaciones de su hijo, Samay le explica que quiere “estudiar la luz porque con la luz se crean las historias, y las historias se convierten en películas” Una voluntad que doblega las reticencias paternas quien lo bendice con un “vete y aprende”
Es bello ver como toda la familia va corriendo hacia la estación para su partida porque la oferta del progenitor es un “ahora, antes de que cambie de idea” en sentidas lágrimas de quien quiere y duele
Y es bello como Samay ya en el tren ve simbólicamente a toda la gente que le quiere y le ha apoyado, los ve uno a uno en el andén de su historia despidiéndose del amigo que sale de ese microcosmos rumbo al gran mundo
La película concluye en ese simbólico tren de la vida donde Samay disfruta de la luz rodeado de mujeres en un vagón “sólo para ladies”. Mujeres sonrientes –la actitud del vaso medio lleno y no medio vacío- a pesar de su forzoso aislamiento social, mujeres que lucen sus pulseras de colores quizás recicladas de celuloide. Y allí en esa paz la respetuosa evocación en off de grandes realizadores de todos los tiempos y culturas (oriente y occidente en armonía)
Un final lleno de simbolismos: las mujeres o la encarnación de la feminidad salvaje que somos todos a pesar de nuestras numerosas máscaras, el niño o la infancia e inocencia que en esencia encarnamos más allá de nuestra edad
Y la luz, la inmensa luz de tantas miradas maestras cinematográficas que han hecho las delicias de multitud de espectadores de todo el planeta desde que este arte luminoso entrara en nuestras vidas hace ya más de un siglo
Al meu nebot Carles con el que comparto la fascinación por el séptimo arte y el placer de escribir sobre el sentir cinéfilo
Este artículo es la revisión del publicado en el diario CyL
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