Le Havre: El valor de la solidaridad

 



Tan azul, la sombra verde del agua

tan azul, el barco en la tempestad

tan azul, fue la calma de la inmensidad

tan azul, la verdad

Javier Limón

 

Azules de inmensidad, de calma y de verdad son las gamas cromáticas predominantes de esta joya cinematográfica entorno al valor de la solidaridad creada por Aki Kaurismäki. Azul es la tonalidad estrella en la humilde vivienda de Marcel (André Wilms) y Arletty (Kati Outinent), como azul es también la habitación del hospital en la que ella recibe tratamientos, y asimismo es de un color azul brillante la barca pesquera que Marcel contrata para ayudar a su joven protegido Idrissa (Blondin Miguel); tan azul, tan azul, tan azul…

Un azul luminoso en los espacios humanos retratados en Le Havre (2011) que se entiende como reflejo de los azules del cielo y el mar que definen a la localidad costera francesa en donde se ubica la acción de la película. Un lugar de paso para los desesperados inmigrantes “ilegales” que pretenden llegar al Reino Unido

 Azul pues es la luz del veterano realizador finlandés -todo un comprometido especialista en el humanísimo retrato de los marginados por nuestra sociedad global- quien con bella sobriedad y cercanía nos muestra la odisea que emprende el ciudadano francés Marcel para ayudar a Idrissa –un chaval africano que es buscado por la policía- en su objetivo de reencontrarse con la madre que vive en Londres

Antes de proseguir debo advertir al lector que este análisis contiene inevitablemente spoilers

 

Personas humanas

En un barrio humilde que parece estar anclado en otro tiempo viven Marcel y su mujer Arletty. Él siendo escritor reputado decidió renunciar a su oficio para trabajar de limpiabotas como forma de estar realmente entre la gente. Marcel para nada es hombre de distancias ni discriminaciones, su vida es el hogar común con Arletty, el trabajo en las calles y el bar de barrio donde se reúne con sus vecinos amigos. Una vida muy simple y sin complicaciones que le hace sentirse bien

Hasta que un día se le aparece un chaval del áfrica negra que le llevará a “complicarse” la vida al infringir la ley. Marcel lo ve escondido bajo un muelle medio sumergido en agua infecta, una imagen simbólica -esa agua, como expresión de la contaminación social del mundo- que remueve conciencias

Pero Marcel que sabe de él por el bombardeo de los medios informativos (algunos especulan con que es un terrorista armado, qué poca empatía en esa a menudo interesada desinformación de los medios) conversa amablemente con ese niño desvalido a quien acabará acogiendo/escondiendo en su hogar

Sabrá/sabremos que Idrissa viajó junto a otros africanos en un contenedor con rumbo al Reino Unido, contenedor que fue interceptado en el puerto francés. Kaurismäki nos muestra cómo son descubiertos: impacta verlos dignos en rotundo silencio con miradas que hablan por sí solas de sus vivencias y necesidades

Silencios y miradas de personas que huyen de infiernos en búsqueda de oportunidades. Una realidad que lejos de mejorar –la película se ubica en el albor de la década pasada- sigue siendo tristemente actual. Esos hombres de color en el puerto, otros mezclados con distintas razas en un campamento ilegal junto al mar y más de ellos recluidos en un centro estatal de inmigrantes son personas en el limbo que esperan poder llegar a vivir con dignidad. Personas a las que el sensible realizador finlandés retrata mudos como modo –entiendo- de enfatizar lo poco que son escuchados por las autoridades y por algunos ciudadanos de los países a los que arriban que en lugar de acercarse a su drama los ven como amenaza para sus privilegios

Pero afortunadamente Marcel y la mayoría de sus vecinos si tienen empatía y en consecuencia se muestran solidarios con Idrissa. Como suele suceder, la personas con menos recursos económicos son más solidarias que muchos de los privilegiados adinerados. Mientras unos comparten lo poco que tienen con alegría, otros si dan a menudo lo hacen a regañadientes o como “caridad” en espera de aplauso terreno o celeste

Así, se nos muestra como Marcel en su oficio limpiador mira de reojo a los pocos clientes que le tratan con la distancia del que se cree superior, ya sean estos hombres con traje o sotana. Él prefiere vivir “por debajo de sus posibilidades”, prefiere conversar entre amigos sin tanto disfraz pretencioso, prefiere un hogar humilde de puertas abiertas y no los muros blindados del privilegio insensible, prefiere rodearse de gente llana que son vecinos y amigos de verdad en quienes siempre se puede confiar

Es gracias a esa riqueza humana que cuando Arletty enferma de cáncer algunas mujeres del barrio van a visitarla al hospital. Y en su habitación azul ellas la acompañan y le leen en voz alta –un leer que es puro amor- a Kafka, y en esas bellas palabras pronunciadas del maestro checo se ilustra su vívido sentir comunal:

“Nuestras voces eran más veloces que el tren, balanceábamos los brazos porque las voces no bastaban, las voces nos arrastraban a un tumulto que nos hacía bien, cuando una voz se mezcla con otras es como si se los llevaran con un anzuelo, así que de espaldas al bosque cantábamos para los oídos de los viajeros lejanos”



 

Música liberadora

Cantaban unidos, cantaban en comunión: la música, ese arte humanísimo con poder transformador capaz de liberar y unir a las personas más allá de su condición y de sus máscaras

Y es precisamente la música una protagonista destacada de la película: Kaurismäki nos regala una excelente banda sonora que evoca la calidez atemporal del “cafè parisien” y asimismo hace que la música sea la bella solución al problema de Idrissa, Marcel, y todos sus amigos solidarios

Porque se necesita mucho dinero para llevar en barca segura al chico a su destino y nuestro héroe limpia zapatos decide organizar un concierto de un grupo rockero local con el que consigue recaudar suficientes fondos para embarcarlo

Y también es bello comprobar cómo finalmente -y a pesar de muchas dificultades- Idrissa logra zarpar escondido en la bodega de un pesquero –azul, claro- rumbo al reencuentro con la madre

Zarpa libre el niño pese a que la policía inspecciona el puerto con numerosos efectivos –qué despilfarro de medios por un niño inocente, qué absurdo puede llegar a ser el sistema persiguiendo con saña al inocente y haciendo la vista gorda a tantos corruptos- gracias al inspector Monet (Jean Pierre Darroussin), un hombre extraño que conoce a Marcel y que lo protege asegurando a sus compañeros que Idrissa no está en esa barca azul

Final feliz, objetivo conseguido. Y Marcel que invita a unos vinos al comisario del que erróneamente desconfiaba, un final que recuerda a la mítica Casablanca de Michael Curtiz Pero aún queda otra buena noticia: Arlette se ha curado “milagrosamente” de su cáncer. Vemos a la pareja regresando a casa, y al llegar se nos muestra que el cerezo de la entrada ha florecido. Y con esa bella imagen poética cual haiku audiovisual concluye esta joya cinematográfica

Historia con final feliz que para muchos parecerá irreal, mucho “milagro” lo de la conversión del inspector y lo de la curación de la mujer, mucho “milagro” lo del poder del amor… De ahí que se suela etiquetar a la película -esta y otras de Kaurismäki- como fábula, así más tranquilos todos, no sea que en la vida de uno puedan darse los “milagrosos” finales felices…

Y se dan, claro que se dan “a pesar de” tanto, puedo dar fe de ello


Homenaje atemporal

La acción de El Havre se sitúa en la Europa de inicios de la década pasada, pero parece que transcurra en un tiempo muy anterior. Las calles, las casas, las tiendas, los coches, el carro de madera del tendero, los bares, la barca… todo tiene sabor y aroma antiguo. También la música, el escaso tráfico o el propio humilde oficio de Marcel

En definitiva, la película es todo un homenaje a tiempos pasados sin tantas prisas y ritmos acelerados como los actuales, se destila la nostalgia de la vida al calor del bar amigo o el hogar sin dispositivos móviles ni redes sociales que nos absorban distrayéndonos y aislándonos de nuestro entorno real

Por eso parece ser obra del genial Jacques Tati o del gran Charles Chaplin del que Kaurismäki se confiesa heredero y a quien a menudo homenajea. De hecho, en su última película Fallen Leaves (2023) -otra joya humanista que se exhibe actualmente en cines- aparece un perro abandonado que su protagonista femenina adopta y al que nombra Chaplin

Y asimismo este comprometido realizador finlandés homenajea en El Havre a personajes reales y ficticios que han dejado huella en el mundo: Marcel se apellida Marx como el autor de El Capital, Arletty se llama así evocando a una popular artista francesa del siglo pasado y el inspector Monet honra al detective de Crimen y Castigo de Dostoyevski

Ese compromiso social fundamentado en la labor de tantas generaciones anteriores -de artistas y personajes populares, pero también de la gente anónima- lo impregna todo y es vivenciado como profunda verdad atemporal



En este sentido es significativa la imagen de la humildísima casa de Arletty y Marcel con su ventana con porticones de madera que mira al pequeño patio de entrada en el que crece ese cerezo florecido y descansa la fiel perra Laica –otro sentido homenaje- que vive con ellos o el cuadro de una ventana abierta a una casa junto al mar sobre una estantería de libros clásicos presidiendo la salita del hogar azul. Un microcosmos pequeño e inmenso, la grandeza de la humildad que en respeto total se enraiza satisfecha en la tierra, esta tierra que -pese a tanto despropósito humano- nos sustenta desde la noche de los tiempos

El azul de El Havre, el azul del mar y del cielo (o el Mar-Cel, no parece casual el nombre elegido para nuestro héroe limpia botas). Un color que él en humor atribuye a sus ojos y que en realidad ostenta su amada Arletty. La mirada azul de ella que es todo corazón y que Marcel reconoce como luz

La mirada azul en definitiva de Kaurismäki tan similar a las de Chaplin o Tati. Miradas de luz a (la inversión del vocablo azul) la vida de la gente, miradas cálidas que abren horizontes a la desesperación de tantas personas. Porque el azul -contrariamente a la interpretación dualista que le otorga la cualidad fría- por ser luz es cálido; en efecto, cálida es la llama de combustión de algunos gases que para nada es roja sino azul

Se necesitan más miradas cómo estás en las artes y en general en la vida, miradas que empaticen y que abracen al que sufre

Miradas que quizás para algunos resulten ser demasiado simples como si no fuera lo simple la más alta expresión del saber. Frente al enredo y la complicación a menudo sin fin de tantos, el saber ver lo esencial haciendo entender lo que hay a todo tipo de públicos, sean o no sean eruditos. Un ir al tuétano tal y como hace el lúcido poeta en su Haiku, así es este humilde gran realizador finlandés


A Ariadna, en el recuerdo de tantas sesiones cinematográficas compartidas y especialmente de la más reciente disfrutando de Fallen Leaves, la última maravilla de Kaurismäki

Este artículo es la revisión del publicado en el diario CyL







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