De tal padre, tal hijo: No es la sangre, es el corazón

 



Llevo tu corazón conmigo (lo llevo en mi corazón) 

he aquí el más profundo secreto que nadie conoce

(he aquí la raíz y el brote del brote y el cielo del cielo

de un árbol llamado vida, que crece más alto de lo

que un alma puede esperar o una mente puede ocultar)

E.E. Cummings

 


Esta galardonada obra audiovisual es una joya que en su sencillez destila esencia oriental, especialmente por su ritmo reposado y sus pocos diálogos que convierten en protagonistas a los silencios y los gestos de sus personajes


Escrita y dirigida por Hirokazu Kore-eda, uno de los mejores realizadores japoneses contemporáneos, De tal padre, tal hijo (2013) destaca también por su excelente reparto actoral que encabezan el polifacético Masaharu Fukuyama como Ryota y el niño Keita Nomon encarnando brillantemente a su hijo Keita



 

Sangre versus corazón

 

¿Se ama más a los que son de tu sangre? Esa es la cuestión sobre la que gira la película al plantear el caso de unos bebés que son intercambiados en el hospital donde nacieron. La cuestión aflora cuando los padres descubren al cabo de seis años que esos niños que han criado no son consanguíneos. Kore-eda nos muestra con gran sensibilidad cómo reaccionan esos progenitores y cómo sus decisiones afectan a los pequeños

 

Se sabrá que los bebés fueron intercambiados a propósito por una enfermera que explicará sus motivos en el juicio abierto contra la entidad hospitalaria. Lo hizo en su rabia por no ser aceptada por los hijos del hombre con el que convive

 

Su acción plantea un dilema a esos padres engañados: ¿Qué hacer? ¿Intercambiar los niños o seguir igual?

 

Antes de proseguir, debo advertir al lector que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers




Dos mundos

 

En este sentido, se nos retrata el proceso por el que pasan ambas parejas que comprobaremos pertenecen a dos mundos muy distintos:

 

Por un lado la acomodada familia formada por Ryota, un arquitecto adicto a su trabajo y su esposa Midori quienes tienen como único hijo a  Keita. Y por otro la humilde familia formada por el tendero Yukari, su mujer Yudai y sus tres hijos, el mayor de los cuales es Ryusei, el hijo intercambiado

 

Kore-eda  pone más el foco en la rígida y problemática personalidad del arquitecto que es quien muestra mayor apego a la consanguineidad.  En una simbólica escena, lo vemos en su coche junto a su esposa después de ser informados del “error”. Están parados ante la barrera de un paso a nivel ferroviario, la imagen de su sentir al saber del intercambio de bebés. Y con un contundente "¡ahora lo entiendo!" expresa su frustración como padre ante un hijo -Keita- en el que él no se reconoce. Como contraste, el silencio y la mirada de Midori explicitan la soledad y la tristeza de una mujer ninguneada por ese potente hombre que siempre cree tener la razón

 

Porque mientras que la madre se nos muestra cercana al hijo elogiando sus virtudes, Ryota es duro con él convencido de que su exigencia es necesaria para educarlo. El padre es un hombre que se ha esforzado y ha trabajado mucho para conseguir un buen estatus, y entiende la vida como dura competencia para alcanzar el éxito material que para él es el objetivo supremo  

 

Pero Keita para nada es así, es un chaval sensible y poco competitivo que necesitaría un padre más presente en el día a día y muchísimo más cercano. Al niño le encanta el verano (las vacaciones, el ocio sin obligaciones) y las cometas (la libertad, el volar lúdico) Ya al inicio del filme lo vemos feliz con sus compañeros de clase haciendo volar bolsas que han pintado cual globos

 

Y precisamente esa necesidad de un padre cercano, lúdico y que eduque sin tantas normas la encuentra Keita en el tendero Yusari. Porque los padres resuelven intercambiar un día a la semana a sus hijos como prueba antes de decidir qué hacer; Ryota alienta a su desmotivado hijo explicándole que es una misión para que se haga fuerte




La diferencia vivenciada

Sin duda así es para él y para el otro niño, aunque para Keita resultará mucho más gratificante que para Ryusei. Porque en la familia del tendero se respira libertad, ese padre es la antítesis del arquitecto: su prioridad es estar con los suyos, prefiere ser rico en tiempo y no en posesiones materiales. Así que a pesar de todo Keyta es feliz con él, con ellos

 

En cambio Ryusei no está cómodo en esa casa de disciplina y orden que describe a sus padres vívidos con un acertado “parece un hotel”. La frialdad está en el ambiente reflejando la soledad del hijo único y de la madre sin la compañía del esposo. Queda patente el gran contraste de ese gélido no-hogar con la humilde vivienda-tienda en la que todo se comparte, en la que hay verdadero calor humano

 

Así que la “misión” más importante va a ser para el arquitecto, si quiere ganarse a Ryusei tendrá que ser más como es el padre que le ha criado. Ryota es quien tiene por delante una ardua tarea, él que en sus encuentros desprecia los sabios consejos del tendero sin mirarle a la cara, él que en su prepotencia llega a proponer comprar a esos padres para quedarse con los dos niños…

 

Y finalmente las dos familias de mutuo acuerdo deciden intercambiar los niños. Van todos juntos de excursión a un río para hablar y despedirse siguiendo el criterio del muy dominante Ryota quien cree que es mejor no volver a verse

Se nos muestra a los dos padres conversando sobre sus infancias, el recuerdo del padre del tendero jugando con cometas y el arquitecto confesando su desagradable niñez “mi padre no era de los que volaba cometas con sus hijos” Yusari sabiamente le comenta “Pero nada te obliga a actuar como lo hizo tu padre” y le ruega que vuele cometas con Ryusei

Mientras, las madres –ambas a la sombra de sus carismáticos esposos- hablan de cómo son sus hijos y Midori se desnuda anímicamente comentándole que no puede tener más hijos y que cree que Keita será feliz en su nuevo hogar porque siempre quiso tener hermanos. Las dos madres se sienten unidas y se abrazan en su dolor por la pérdida de sus amados hijos

Y el arquitecto que comenta a Keita lo mucho que le quieren esos nuevos padres, ¿más que tú? pregunta el niño, y el hombre cada vez más consciente de sus carencias y de su apego a la consanguineidad le responde un tímido sí

Y como colofón la foto de grupo con el río de fondo que es la rúbrica de un acto que pretende ser el último encuentro entre las familias



Volar cometas

Pero no será así. Ryusei escapa del no-hogar para regresar con los suyos. Y afortunadamente es a partir de ese rechazo cuando Ryota por fin se esfuerza en cambiar relajando su disciplina, dedicando más tiempo a los suyos y jugando como un niño con su hijo de sangre (volando cometas como diría el tendero). Lo hace porque ese acto rebelde le evoca su niñez, sus escapadas para librarse del padre que despreciaba y ahora –muy a su pesar- encarna

Y en ese evocar su niñez, el arquitecto recuerda a Keita dándose cuenta de su grave error. La pareja tiene ganas de reencontrase con él, deshaciendo un acuerdo que ahora entienden como erróneo

Lo vemos en su coche rumbo a la casa de esa familia, el realizador japonés nos muestra los tendidos de líneas eléctricas entiendo que como imagen de las conexiones humanas más allá de las limitaciones sanguíneas, raciales, sociales…

En una de las mejores escenas de la película se nos muestra como al llegar al hogar con mayúsculas Keita sale huyendo del padre. Pero el hombre lo sigue respetuosamente y le habla en empatía, el niño en un camino alto y él en otro paralelo más bajo como imagen de su cambio, de su dejar atrás el poder autoritario, de su reconocimiento del error. Y en ese hablar Ryota le pide perdón a su hijo admitiendo que no ha sido un buen padre “la misión ha terminado” le dice mientras le abraza acariciándolo

Regresan y entran todos juntos a la casa de esa buena gente, se han deshecho los muros que el arquitecto edificó, ahora son una familia única y diversa más allá de los rígidos estereotipos, son una gran familia de corazón. Y toda esa mutación personal se produce gracias a esa enfermera vengativa que lo originó todo, o de como el mal puede llegar a ser una oportunidad para el bien...



El verdadero éxito

Hoy en día son comunes las parejas que comparten hijos de anteriores relaciones. No suele ser fácil esa convivencia, lo habitual es que sea una tarea delicada que requiere tiempo y paciencia pero si hay amor y respeto puede enriquecer de gran manera a todos

Construir un verdadero hogar no es cuestión de arquitectura o interiorismo, el calor del hogar emana del corazón de los que lo forman

Tener más hermanos, más padres, más abuelos... debería ser un regalo para un hijo si este se siente aceptado por igual más allá de sus lazos sanguíneos. Los adultos - especialmente los padres pero también los demás familiares- con su actitud tienen la clave del éxito

Éxito es que esa nueva hija o ese nuevo nieto sin ser de sangre se sienta con toda la sangre del corazón. Éxito para el adulto y éxito para el niño

En un mundo en el que el éxito suele vincularse a lo material como le ocurre al arquitecto protagonista, entiendo como muy necesarias películas como esta que resaltan que el verdadero éxito está en superar situaciones conflictivas con las personas de nuestro entorno cercano. El verdadero “oro” está en el corazón

Este ensayo es la revisión del publicado en el diario chileno CyL




 

 


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