Vidas pasadas: Un amor más allá del espacio-tiempo
Si nacieras de nuevo serías
mi amor eterno. Pero no aquel amor que llora, finge o amarra; sino un amor
libre y sin tiempo... como amas tú, como amo yo
Charles Bukowski
De obra
maestra puede clasificarse -es mi entender y sentir- esta deliciosa ópera prima
de la joven dramaturga coreana-canadiense afincada en NY Celine Song quien nos
sumerge con gran sensibilidad en una historia de amor poco común que según
confiesa tiene mucho de autobiográfica
Vidas
pasadas (2023) destaca por su originalísimo guion -ya se sabe que nada
supera a lo vivido- y especialmente por la exquisita delicadeza de su puesta en
escena. La lista de méritos escénicos es larga:
Su bellísima
fotografía, las cuidadísimas composiciones a menudo llenas de simbolismos, sus excelentes
imágenes que “hablan” en silencios, el sutil y agradable magnetismo en los muy
estudiados “tempos” del relato, la armoniosa banda sonora… y así mismo las excelentes
interpretaciones de la pareja protagonista (Greta Lee como Nora y Teo Yoo encarnando
a Hae Sung) quienes transmiten con naturalidad emociones sumamente complejas
Sentimientos
profundos entorno a la atracción humana que transitan casi ingrávidamente por
los distintos espacios-tiempos retratados. Y en este sentido se podría
considerar que Vidas pasadas es una película “neoromántica” en cuanto a
su peculiar retrato del amor humano -ese gran tema eterno- en formas narrativas
novedosas que conectan con el latir de nuestro tiempo
In Yun
y tiempo
Y es
precisamente el tiempo otro de los grandes temas que Song aborda con maestría,
nos habla de cómo afecta el paso del tiempo en nuestro sentir amoroso y así
mismo de la posible influencia de un “más allá del tiempo” en este sentir ahora
y aquí
Un “más
allá del tiempo” vivenciado que la realizadora postula a partir del “In Yun”
coreano que viene a significar providencia o destino y que -tal y como se nos
explica- se usa especialmente para las relaciones entre personas según las
creencias budistas de la reencarnación
Es Nora
-el alter ego de Song- quien, pese a mostrarse como mujer escéptica, busca de
dar mayor sentido a sus amores y amistades de calado en esta vida ligándolos a
“recuerdos difusos” de vidas anteriores compartidas
En
efecto, “In Yun” está siempre presente en el latir de Nora, y lo está hasta tal
punto que influye en su entorno amoroso. Es así a pesar de que ella tiende a
quitarle trascendencia a un sentir que la vincula con sus orígenes, con su
tierra natal de la que emigró siendo niña y a la que afirma no querer regresar
más allá de las eventuales visitas a su familia
Porque
Nora se siente muy cómoda en NY como dramaturga tras años de ardua adaptación a
los usos y costumbres occidentales
Y ese
tiempo transcurrido entre la niña coreana y la Nora neoyorquina es precisamente
el que cobra mayor protagonismo en la historia retratada. Un tiempo vivido que
transita entre la brecha “insalvable” de la distancia espacial y el abrazo de
amor que “deshace” la linealidad temporal
Un
tránsito ambivalente en ella y del mismo modo en su compañero Hao Sung, dos
niños preadolescentes que se amaban profundamente y cuyas vidas se separaron de
golpe cuando los padres de Nora -quien entonces se llamaba Na Young- decidieron
emigrar a América
Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers
Sendas dispares
Eran dos niños de naturalezas distintas y que se atraían con fuerza, nos los muestra Song en delicada belleza en una salida junto a sus madres. Una excursión que la progenitora de Nora ha planeado con la voluntad de que su hija tenga un buen recuerdo antes de emigrar
Allí los
preadolescentes juegan, se esconden y se buscan al abrigo de una simbólica
escultura de dos caras que se miran. Y ya de vuelta a casa los vemos en el
asiento posterior del coche con sus manos entrelazadas al tiempo que ella apoya
su cabeza sobre él; hay amor, mucho amor en esos niños
Y en el
último día compartido se nos muestra como regresan juntos en silencio a su
barrio tras la jornada escolar. Y la potente imagen de la bifurcación donde
siempre se despidieron con un hasta mañana. En esa muy simbólica imagen, las
disparidades que encarnan: Nora se va por una calle ascendente mientras que Hae
Sung camina por una calle prácticamente llana
Dos
sendas como imagen de dos modos de ser y entender que son germen en ese tiempo
infantil y que se afianzarán con el paso del tiempo: la ambición en ella y la
aceptación en él. Nora cual nómada que busca conocer otros mundos para echar
raíces propias versus Hae Sung quien se siente cómodo como sedentario coreano.
Ella acabará enraizándose en NY mientras que él permanecerá en su familiar Seúl
Reencuentro
a dos
Pasan años
sin saber uno del otro hasta que la independiente Nora decide buscarlo en las
redes como quien juega a investigar. Lo encuentra, hablan por videoconferencia
y ella averigua que Hae Sung la buscó mucho antes y no como diversión banal; la
buscó con voluntad, pero no pudo encontrarla debido a su cambio de nombre: la
niña Na Young “se quedó” en Corea, ni su madre la llama ya así
Seguirán
hablando con frecuencia y poco a poco se irá despertando el profundo
sentimiento amoroso de la joven dramaturga por ese más que amigo de infancia.
Song nos lo muestra en sublime belleza encadenando flashes de sus
conversaciones, él siempre en su habitación de la casa familiar y ella en
distintos escenarios de su vida neoyorquina
Hablan
de diversos temas que tocan sentimientos y aspectos personales tales como la
capacidad de llorar. Él recuerda que Na Young lloraba a menudo y la Nora del
presente le asegura que ya no llora: “Cuando inmigramos solía llorar mucho,
pero me di cuenta de que a nadie le importaba”. Una confesión que constata lo
difícil que le resultó llegar a enraizarse en otra tierra, en otra cultura
Y en ese
retomar el contacto perdido pronto surge la necesidad de verse físicamente. Hae
Sung le pide que lo visite, que vuelva a Seúl y ella también con ganas de
abrazo demanda que sea él quien viaje a NY. En ambos la misma pregunta: ¿por
qué iría?, una pregunta que cuestiona sus prioridades vitales y que ninguno de
los dos se atreve a responder…
Así que
por iniciativa de Nora deciden tomarse una “pausa” temporal en sus
comunicaciones -otra gran escena la de esa conversación en silentes reacciones
de dolor en la que ella vuelve a llorar-, una “pausa” que saben ambos que es el
inicio de una nueva brecha temporal
NY a tres
Transcurren los años -el tiempo de nuevo como actor en sus vidas- y Hae Sung decide pasar unos días de vacaciones en NY. Él es consciente -y nosotros los espectadores de la película- de que Nora se ha casado con Arthur, un escritor de carácter amable y gran corazón
Quizás
en este tramo final del filme la belleza escénica llega a su punto más álgido.
Y es que llueve en la ciudad de los rascacielos y esa simbólica agua que cae
-como lágrimas- se nos muestra con conmovedora exquisitez. De hecho, cada
escena está estudiada al mínimo detalle, con el detalle de quien ama lo que
retrata:
Es así
en la que se nos muestra a Hae Sung esperando a Nora entre impaciente e
incómodo en un parque y tras él destaca una escultura de dos figuras -de nuevo
ese motivo artístico en piedra, pero si en la infancia fue base dúctil para
juego entre caras que se miran ahora es pared dura con personajes que se dan la
espalda- No obstante, al verse esa incomodidad de él se deshace por el amoroso
abrazo de ella
También
cabe destacar la escena del ferrocarril metropolitano a la que ambos suben
sonrientes tras ese abrazo reparador. Es magnífica la imagen del tren curvándose
hacia un túnel con simbólico temblor -que puede interpretarse como el que les
embarga- y así mismo ese primer plano de sus manos casi tocándose en la barra
del vagón. Qué espléndida sutileza para plasmar una nueva providencia que
deshace la brecha espacio-temporal que les separaba: en ese nuevo presente los
amantes tiemblan casi rozándose
No
obstante, ambos saben que Arthur está allí aunque no esté. Arthur, un hombre
generoso que deja hacer en total libertad a Nora y que es más consciente que
ella del amor profundo que la une a Hae Sung. Y un hombre que -como el coreano-
ama a esa mujer “In Yun”, de ahí que ambos lleguen a reconocerse ligados “más
allá” de esta vida por ese amor en común
Todo
queda planteado sutilmente, los tres han compartido la última noche neoyorquina
de Hae Sung. De hecho, la película se inicia mostrándonoslos esa noche en una
barra de bar y la voz de alguien que los observa con curiosidad -somos seres voyeurs,
queramos o no confesarlo- preguntándose qué vínculos unen a esa mujer y esos
dos hombres
Y Nora
que poco a poco se gira para mirar a cámara, una mirada que transmite su
asunción central en una historia que invita a reflexionar sobre lo que
significa amar especialmente en lo que se refiere a las renuncias por amor y a
la posibilidad de amar simultáneamente a más de una pareja; y así mismo Song
nos cuestiona acerca de la naturaleza dúctil del espacio-tiempo y la existencia
de un más allá de este
Porque como expresa el gran Bukowski en la cita del encabezado hay
amores que se sienten sin tiempo y en los que se experimenta -ni que sea
poéticamente que ya es mucho- la eternidad
Este
artículo es la revisión del publicado en el diario CyL
Comentarios
Publicar un comentario