Yo, adicto: Impresionante retrato de un hombre valiente

 



Valiente no es quien no tiene miedo, valiente es quien conquista sus miedos

Nelson Mandela

 

Javier te lleva de la mano hacia su sombra, que en parte es también la tuya, para poco a poco poner luz y humanidad al tabú de la adicción

Leticia Dolera

 

Javier Giner tiene el valor de visualizar su difícil proceso de desintoxicación con la voluntad de que pueda servir de ayuda para tantas personas abismadas en la drogadicción y el alcoholismo. En la serie Yo, adicto (2024) él mismo –junto a otros profesionales como Aitor Gabilondo y Alba Carballal- adapta brillantemente su autobiografía de título homónimo publicada en 2021, un bestseller alabado por todo tipo de personas. Tal es el caso de los realizadores Pedro Almodóvar y Leticia Dolera cuya lúcida reflexión se cita en el encabezado

Pero ni el manchego ni la catalana han sido los responsables de dirigirla, la tarea la ha asumido el propio Javier Giner junto a Elena Trapé quien entre otras obras audiovisuales fue realizadora de la excelente serie Rapa (2022-2024)

De entre las muchas virtudes de Yo, adicto cabe destacar el sublime trabajo actoral de Oriol Pla encarnando a Javier así como la calidad de todo el reparto en el que figuran entre otros Nora Navas (Anaís), Victoria Luengo (Rui), Itziar Lazkano (madre de Javier), Ramón Barea (padre de Javier) y Alex Brendemühl (Rafael)

 

Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers

 


Ego desbocado

Pronto queda en evidencia la grandeza de Oriol Pla a quien de entrada vemos como un Javier muy pasado de vueltas que vive en una aceleración creciente y que se relaciona con los demás con una arrogancia y una prepotencia desmesuradas en su condición de ejecutivo “exitoso”

Se muestra así en lo profesional y también en lo privado. Lo suyo es una vorágine que parece imparable y que se retroalimenta gracias al consumo continuo de alcohol, drogas y sexo. Estremece verlo totalmente desbocado con acciones, gestos y miradas propias de quien se abandona a los abismos sombríos

Hasta que llega una noche (la noche, su hábitat preferido) en la que ese personaje egoico que lo domina lo lleva a tocar fondo. En una de las mejores escenas lo vemos a un tris de ser vapuleado por dos gigolós con los que ha montado su particular orgía en un hostal y cómo se ve obligado a llamar a su madre para que salde su exorbitada deuda. Al salir de ese lugar funesto, se nos muestra la mano tambaleante de ella en la pared del simbólico callejón de acceso (la imagen del callejón oscuro en el que Javier se encuentra) y tras la mujer él con la mirada desorbitada/avergonzada

Y con el apoyo paterno, Javier acepta ingresar en un centro de desintoxicación que significará el inicio del cambio radical que él necesita. Como le dirán en ese oasis de observación, allí se va “a ponerse en duda y volver a nacer”



Parar y renunciar

No le será fácil aceptar la nueva situación, no será fácil que el desmesurado ego de Javier se avenga a ser uno más de los que buscan la sanación en ese centro. Tendrá que aceptar que está enfermo y que como tal necesita ayuda, y asimismo darse cuenta de que la sanación implica renuncia y es un proceso lleno de altibajos que requiere largo tiempo. Un panorama antagónico a su habitual frenético modo de “vivir”

En esos meses retratados asistiremos a sus altibajos, a sus huidas, a sus recaídas y durante ese doloroso tránsito vivenciaremos como poco a poco Javier se acercará a su toma de conciencia real. El mérito es principalmente suyo en tanto sabe aprovechar las ayudas que allí se le brindan; por un lado la de los excelentes profesionales del centro (especialmente Anaís, Santi y Rafael, qué grandes en sus palabras y en su coherente obrar) y las ayudas indirectas de dos pacientes que le marcarán profundamente: una chica amiga que se suicidará y un joven actor gay en el que él se verá totalmente reflejado

Llegará pues el necesario dejar atrás la falsa seguridad del ego desbocado que le identificó durante demasiados años para abrazar al ser humano vulnerable que siente miedo y no lo sabe todo. O el llegar a ser humilde y honesto consigo mismo para aceptar su enfermedad (toda adicción lo es) que reconocerá -con esa valiosa ayuda profesional- de origen emocional



Los padres, la catarsis

En la que a mi entender es la mejor escena de Yo, adicto vemos a Javier con sus padres en un día de salida del centro previo al ya cercano fin de su ingreso. Y como llegado el momento en una impresionante catarsis (soberbio Oriol Pla) él se enfrenta a ellos, especialmente al padre expulsando su sentir nunca antes expresado

Les habla de su pasado familiar, de su impotencia para ser lo que el padre quería que fuera, de su ambivalente sentimiento por unos progenitores a los que ama por su apoyo pero a los que odia por su incapacidad de entenderlo realmente y de abrazarlo en su diferencia. Una diferencia que va mucho más allá de su condición sexual; y es que al contrario que él sus progenitores no son mucho de expresar emociones ni de conmoverse con lo que se siente en las profundidades del alma

Grande la valentía de Javier en ese enfrentarse al origen de sus males y grande también la actitud del padre que ante esa desnudez cargada de rabiosa verdad no le corta las alas y es capaz de derramar lágrimas asegurando que desconocía su doloroso sentir. O la verdad que ese hombre acorazado encarna en su incapacidad emocional probablemente heredada, porque como sabemos las dinámicas personales para “bien” y para “mal” se enraízan en las profundidades a menudo no iluminadas de generaciones de duras historias familiares



La tarea de ser

Javier nos ha regalado sus impresionantes vivencias pasadas y con ellas las enseñanzas presentes que laten en él. Es su voz presente la que nos va narrando esos hechos consumados, una voz que no pretende dar lecciones a nadie, una voz auténtica que ha avanzado y sigue avanzando en la difícil tarea de ser. Así nos lo explica él mientras lo vemos en complicidad con sus compañeros del centro, algunos de los cuales también superarán sus adicciones mientras que otros lamentablemente no lo harán:

Años de abstinencia no te transforman en la persona más lista del planeta ni eliminan tus inseguridades ni cicatrices. Os juro que me gustaría deciros que desde dónde cuento esta historia tengo todas las respuestas, pero no es verdad. Todavía no sé cómo solucionar la falta de afecto del mundo, todavía no sé si algún día dejaré de no saber, todavía no sé si se puede amar desde la herida ni si todas las carencias tienen solución. Todavía no sé si busco fuera el cariño y atención que podría darme a mí mismo. Todavía no sé si este viaje es pequeños instantes de conexión entre gente perdida que dudamos continuamente…

Me acercaría a esa pizarra que dejé atrás (la de sus sesiones grupales) y escribiría la tarea de ser nosotros porque todavía hay días en los que el yo necesita compañía, vínculos, placer… no que me salven, ahora sé salvarme yo solo. Quizás todo se resuma en que hay tantas formas válidas de amar como personas y que el guion de una vida lo consigue uno siendo lo más honesto consigo mismo y con el resto. Que la verdadera valentía reside en aceptar que lo mejor que tenemos es hacerlo todo lo mejor que podamos, en reconocer que aunque este sea un mundo de mierda merece la pena no dejar nunca de intentarlo

Palabras cargadas de autenticidad que emanan de un valiente que se ha superado a sí mismo y que en ese obrar como bien dice Leticia Dolera ha puesto luz y humanidad al tabú de la adicción




 

 


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