Canciones del segundo piso: El mundo como caos grotesco
Cuanto
más profundo es el caos más cerca está la solución
Proverbio
chino
Lo
que llamamos caos no es más que un orden incomprendido
Dokushó
Villalba
Roy Andersson se vale de un surrealismo lúcido con certeros toques de humor negro para hacer una contundente crítica social al mundo en el que vivimos. Canciones del segundo piso (2000) retrata un microcosmos caótico y grotesco en un tiempo histórico muy cercano al nuestro: el cambio de siglo, momento en el que los vaticinios de colapso informático preocupaban a muchos. En ese lugar tiempo se nos muestran personas perdidas muy centradas en su propio drama que parecen no saber afrontar su difícil realidad ni la del caos social en la que se encuentran
Preliminar
Para aquellos lectores que no hayan visto esta excelente ficción y quieran
hacerlo: quizás sea mejor leer el artículo tras su visionado dado que en él se
explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final)
Frialdad
La película nos muestra un microcosmos de gran frialdad. Hay frialdad en las personas cuya actitud es generalmente distante, personas a las que vemos con poca implicación en lo que ocurre y que a menudo aparecen inmóviles, personas casi más muertas que vivas de rostros maquillados en blanco y que asemejan muñecos o títeres de porcelana de aspecto grotesco. Y hay frialdad también en los espacios –interiores y exteriores- en los que dominan los tonos neutros con muy pocos objetos de color que les puedan aportar mayor vida, ambientes duros en los que apenas existen elementos naturales, en definitiva ambientes muy fríos que están en consonancia con esas personas retratadas
Todo a modo de contundente crítica social al mundo en el que vivimos, un mundo que -como el microcosmos de la obra- cada vez es más frío, caótico y grotesco. Y en el que tanto los poderes económico, político, eclesiástico y militar como el mismo pueblo son puestos en evidencia en su co-responsabilidad al caos global
En efecto, la película nos muestra al pueblo y a los poderes públicos uniformizados por el miedo al caos por el cambio de siglo que se entiende como miedo al caos por la pérdida de la falsa seguridad de un sistema obsoleto que se desmorona. Lo dice claramente uno de los personajes, un militar que se aferra a lo ya caduco “Nuestra carta y nuestra brújula reside en nuestras tradiciones, nuestra herencia, nuestra historia. Si no comprendemos esto avanzamos perdidos en la oscuridad”
Así están todos, perdidos; son personas perdidas muy centradas en su propio drama que parecen no saber afrontar su difícil realidad ya sea la pérdida de trabajo, el fracaso de sus negocios o de sus relaciones y en general el caos social en el que se encuentran. Personas que con su actitud acrecientan la sensación de caos general
Una potente imagen de ese estar perdido, de esa incapacidad de afrontar el caos es la del gran atasco en el que se ve envuelta la ciudad donde transcurre la acción. Calles y calles colapsadas de coches que no pueden avanzar; nadie sabe lo que está ocurriendo o simbólicamente nadie sabe lo que ocurre en esa sociedad, no saben lo que les ocurre a los individuos que les rodean ni mucho menos lo que les ocurre a sí mismos
Por contraste se nos muestra a un
indigente y a un joven al que su chica ha echado de casa conversando en una calle
cercana sin tráfico alguno; el indigente comenta “Me pregunto dónde va la
gente. ¿Sabes tú dónde van? ¿Hacia qué van?” Sublime esa pregunta de los
desarraigados, de los expulsados/marginados que en la distancia desapegada
alcanzan la perspectiva que los sumisos amorrados a sus posesiones/miedos (visualizados en sus coches atrapados) no
tienen. ¿Quién está más perdido?
De lo grotesco y la locura
Andersson enfatiza lo grotesco de ese microcosmos ficticio con su habitual estructura de sketches concadenados como lúcido reflejo de la realidad de este mundo nuestro cada día más y más grotesco
Es el caso del sketch inicial en el que vemos a uno de los protagonistas, el comerciante Kalle –interpretado por Lars Nordh- trajeado con su cartera conversando con un magnate en un solárium, tras ellos desfilan hombres en albornoz que disfrutan de las instalaciones del club elitista en donde se encuentran. Una imagen de la sumisión y del desprecio al que “no pertenece” a esa minoría privilegiada. Allí conversa el comerciante intranquilo con su uniforme de trabajo agachándose incómodo ante el señor del dinero en su relajada desnudez ociosa
O el sketch del propio Kalle en su tienda tras un conveniente incendio conversando con unos hombres de la compañía de seguros. Les habla de que hay catástrofes peores aludiendo a su hijo que está internado en un psiquiátrico “gravemente enfermo. Escribió tantos poemas que se volvió majareta. Es espantoso” Ese etiquetar impuesto al poeta mientras se nos muestra que en la calle las personas “normales” están desfilando flagelándose mutuamente cual procesión religiosa, al verlos el padre comenta “Toda esta gente lucha por días mejores”. Genial
Un “Escribió tantos poemas que se volvió majareta. Es espantoso” que Kalle repite una y otra vez, en su fijación a la supuesta locura de quien no ha podido con la locura colectiva aceptada como “normalidad”. Así, vemos al hijo apático en el centro donde está internado al que visitan el padre y su hermano –empático, quizás el único en el filme- quien le cita poemas y le anima “llegará tu momento, no es verdad que la gente se burle de los poemas. Fingen” (ojalá sólo fingieran, pienso yo) Y Kalle quien haciendo oídos sordos insiste en su retahíla poniéndose cada vez más nervioso, finalmente es a él a quien tienen que calmar los enfermeros. ¿Quién está más “majareta”? ¿Quiénes son los “locos”, los de “fuera” o los de “dentro”? ¿O lo somos todos?
Y es ya una locura total el sacrificio de la niña Anna. Se nos muestra como es conducida -vestida de simbólico blanco impoluto y con una venda en los ojos- a un precipicio donde la arrojan en un “acto” solemne al que asisten representantes de los poderes civiles, eclesiásticos y militares. Tras el cual los vemos a todos borrachos en un oscuro bar preguntándose qué más podían hacer. Cáustico y negrísimo sketch a propósito de la insensatez humana de tantos que prefieren sacrificar al inocente, al puro antes que asumir las propias responsabilidades y observarse en sus miserias. Triste realidad desafortunadamente muy común, especialmente entre los que ostentan el poder en todos los ámbitos de nuestro injusto mundo
Muertos y vivos
Esa niña inocente y otros muertos se le aparecen a Kalle en su búsqueda desesperada de alternativas de negocio. Unos muertos que dialogan con él incluso más que lo hacen los vivos, unos vivos que –como se ha dicho ya- más bien parecen muertos
Finalmente el comerciante acaba aceptando la propuesta de Uffe un hombre que le ofrece participar en un negocio: la venta de grandes crucifijos ya que están a punto de entrar en el año 2000, el “gran cumpleaños” de Jesús. Mordaz crítica a la sociedad capitalista siempre aprovechando cualquier coyuntura para intentar hacer ganancia, crítica también al enriquecimiento de tantas iglesias –en especial la católica- en torno a personajes para nada interesados como el propio Cristo. Y el “toque” simbólico del crucifijo que preside su conversación al que le falta un clavo por lo que este se balancea, la imagen de la inestabilidad de ese negocio, de esas gentes perdidas, de ese caos suyo, de este caos nuestro
Y la escena final en un vertedero donde vemos a Uffe descargando con violencia sus crucifijos no vendidos confesando a Kalle que fue la peor idea de su vida y despotricando de Jesús al que tilda de fracasado. Un discurso del no verse, del preferir eximir la propia responsabilidad en el “otro” (quien sea, en este caso Cristo) Kalle hace lo propio con sus crucifijos mientras se le acercan esos muertos cada vez más familiares, entre ellos un amigo que se suicidó y al que le debía dinero lo que para él fue un alivio (ante todo lo mío, el egoísmo como modo de ser). Kalle se queja a todos esos espectros de su insistencia “¿No podríamos parar de hacernos daño? Es el pasado, hay que mirar al futuro. Ponte en mi lugar, no puedo más. Hacemos lo que podemos. Luchamos para ganarnos el pan, para vivir algunos buenos momentos”
Nuevamente -como en el sketch del bar tras el sacrificio de la niña- la afirmación exculpatoria “hacemos lo que podemos” Una afirmación que para nada parece ser cierta en ninguno de los dos casos. Ahí están los muertos haciéndose ver, buscando ser oídos, queriendo ser comprendidos
Y del mismo modo ahí (aquí en nuestro ahora también) está el caos haciéndose ver, buscando ser oído, queriendo ser comprendido empezando el análisis por uno mismo. Entiendo que es necesario atender a sus llamadas “a pesar” de nuestros miedos y darse cuenta de que en el caos -en el revolverlo todo, en especial todo lo falso a lo que nos aferramos- a menudo radica la solución como advierte el proverbio chino citado al inicio
Este
ensayo es la revisión del publicado en el diario CyL
Comentarios
Publicar un comentario