Los destellos: De la muerte y los afectos
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo
traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo
Cada hombre es una pieza del continente, una
parte del todo
Ninguna persona es una isla; la muerte de
cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso,
nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti
John Donne
Con Los destellos (2024) la realizadora Pilar Palomero pone luz a nuestra a menudo no aceptada condición mortal al sumergirnos con exquisita sensibilidad en los últimos días de Ramón, un hombre enfermo terminal quien en ese difícil trance se ve rodeado de sus seres más queridos: su joven hija Madalen y su ex mujer Isabel
Una joya cinematográfica intimista que rezuma autenticidad y en la que todo conjuga armoniosamente. Son espléndidas las interpretaciones de la tríada protagonista formada por Patricia López Arnaiz (Isabel), Antonio de la Torre (Ramón) y Marina Guerola (Madalen) en sus caracterizaciones de unos personajes que lo dicen todo mucho más allá de sus medidas palabras
Y es maravillosa la puesta en escena de agradable ritmo
reposado y fotografía cálida. Un arte fotográfico (¡qué maravillosos reflejos
cristalinos y destellos solares!) que nos acerca a los paisajes exteriores e
interiores del micro-universo en el que se ambienta la acción y asimismo a esos
personajes tocados por la muerte
Debo advertir que el análisis que sigue contiene
spoilers
Afrontando la muerte
Vivimos en un tiempo que tiende a marginar la muerte como si en ese apartar de la vista, esta dejara de existir. Palomero pone en valor nuestra condición mortal –entiendo- con voluntad pedagógica de ayuda para poder afrontar la inevitable muerte de nuestros seres queridos y la de nosotros mismos
Son bellas las palabras del empático asistente Pablo (Ramon Fontserè) –que se entiende expresan el sentir de la realizadora- quien visita a Ramón y a “sus” mujeres para apoyarles en el duro trance que se les avecina. Le habla a él pero también a Madalen e Isabel:
“Este ahora de presencia, de estar aquí, de tener el cariño de los tuyos, esto nadie te lo quita” al tiempo que rememora cómo antiguamente en los pueblos las campanas doblaban a muertos y los cortejos fúnebres eran bien visibles, no como ahora que salvo excepciones todo ocurre sin apenas visualización. Y reflexiona sobre la importancia de mirar de frente a la muerte “porque la presencia de la muerte hace la vida mucho más interesante. Si la apartamos por completo de nuestro universo de conciencia, mal asunto. Es necesario tener presente que tenemos fecha de caducidad”
Ese evocar las campanas a muertos por parte del
personaje Pablo coincide con el sentir profundo del poema de John Donne citado
en el encabezado que nos recuerda que la muerte de cualquiera –y más
aún la de un ser querido más allá de los vaivenes emocionales de la vida- nos
afecta porque todos somos humanos. En efecto, somos todos humanos aunque
lamentablemente en demasiados casos no lo parezca…
Humanidad
Quizás en esa conciencia Palomero busca recuperar y retratar nuestra humanidad a través de sus elaborados personajes. En total humanidad se muestra el empático Pablo y a ella se van aproximando la tríada protagonista y también Nacho (Julián López), la actual pareja de Isabel
Y en ese estar juntos todos se va construyendo un verdadero calor de hogar entorno a Ramón, calor que se consolida gracias a la actitud de apoyo de Pablo y la amorosa voluntad de Madalen a quien le afecta y mucho la cercana muerte de su padre
Y por el afecto de la hija, Isabel irá acercándose a Ramón dejando atrás todo aquello por lo que en su día decidió cortar con él (nada sabremos sobre lo que les ocurrió pero se evidencia que Ramón sigue enamorado de esa mujer que ha rehecho su vida junto a Nacho) Es humanísimo ese acercamiento de una Isabel que logrará compartir de corazón vivencias con Ramón y Madalen focalizándose en los muchos buenos momentos pasados juntos
Son cálidas las imágenes de su estar ahí junto al solitario Ramón, un hombre que poco a poco va abriéndose al compartir con ellas dos. Todos hablan en palabras y especialmente en silencios y miradas; padres e hija se entienden en una bella intimidad que es enfatizada por una cámara respetuosamente cercana que nos hace partícipes de sus sentires
También se nos retrata el sentir ambivalente de
Nacho quien siendo hombre muy comprensivo no puede evitar estar molesto por la
aproximación de Isabel con Ramón, si bien finalmente su humanidad de corazón le
hará vencer las reticencias y acudirá como uno más a esas reuniones familiares
que pese a la tristeza son celebración de afectos sinceros
Al compás
Es de notar que en la vivienda de Ramón casi siempre oímos el sonido de su aparato respirador y asimismo el tic tac del viejo reloj familiar. Al compás del inexorable tiempo de evocación pasada y de la forzada respiración vital Palomero parece buscar mostrarnos sutilmente el cercano latir de la muerte
Una muerte que en ese impasse parece esperar a que especialmente Ramón y también sus allegados recompongan sus descompensados afectos. En este sentido es bella la escena de la última noche juntos en la que suena la música "a tu vera, siempre a la verita tuya hasta que de amor me muera" y el foco en el baile cómplice del padre y la hija
Reloj, respirador y música marcan el preludio del
sonido final: esas campanas de fondo que se escuchan tras el fallecimiento de
Ramón y que suenan a modo de las campanas a muerte que doblan por las dos mujeres
que él amó y que en esa resonancia armónica están ahora aún más unidas. Una comunión femenina que se expresa en el cuidado conjunto del limonero que plantó Ramón
Y como reflexión final inducida la pregunta ¿es necesario que llegue la muerte para reconstruir puentes de afecto y restaurar vidas? Ojalá fuésemos capaces de tener el valor de hacerlo sin la "ayuda" in extremis de la muerte
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