La Fille de son père: De las memorias del abandono y el verdadero amor
Yo te querré
siempre, sin condiciones
Etienne a su
hija Rosa
Erwan Le Duc nos retrata sensiblemente una bella historia de amor paterno filial. En efecto, La Fille de son père (2024) tiene como protagonistas a Etienne (Nahuel Pérez Biscayart , en excelente interpretación) y su hija adolescente Rosa ( encarnada por una magnética Celeste Brunnquell) quienes conviven en sana armonía cómplice
Es así desde poco después de nacer Rosa, cuando la
madre y esposa decidió marcharse sin comentar nada a nadie. Sus últimas
palabras antes de esfumarse fueron “voy a aparcar el coche”, un “voy a” que
entiendo cobarde tal y como ocurre con tantos hombres que se escudan en clásicos
como el “voy a por tabaco” para desaparecer abruptamente sin afrontar la
situación con sus parejas
Antes de proseguir, debo advertir que el análisis
que sigue contiene spoilers (incluido el final de esta excelente película de
mirada poética)
Haiku-fábula
En un previo a los títulos de crédito, Le Duc nos muestra en un "haiku audiovisual" a lo fábula, cómo fue el antes de esa muy joven pareja. Se remonta a su conocerse en un encuentro fortuito; allí estaba Etienne en su –sabremos- pasión futbolista enamorándose de la desinhibida chica que a la brava le pinta la pelota con la que él jugaba mediante un simbólico brochazo rojo (rojo de su pasión política y de su pasión amorosa)
Y a partir de ese encuentro vivenciamos sus días de libertad en común buscándola él en una manifestación parisina donde ella exhibe su pancarta rotulada roja con un premonitorio “Sin Mi”. Los dos corriendo juntos perseguidos por la policía hasta abordar una lancha con la que escapan surcando el Sena en un día luminoso azul. El azul luz de ese cielo soleado, de las aguas fluviales de apariencia limpia, de su camiseta albiceleste futbolera, de los ojos cristalinos de ambos…
Imágenes todas ellas de fresca libertad primaveral que transitan de esa luz diurna a la penumbra del túnel acuoso donde ellos hacen el amor, imágenes en una bellísima fotografía que capta la armonía de su fusión carnal y la del entorno arquitectónico que les rodea
Y llega el día en que ella se descubre embarazada, se nos muestra como Etienne no cabe en felicidad aunque la joven libertaria para nada parece estar por la labor de ser madre… Esa disparidad queda clara al nacer la niña porque es él quien está en todo para cuidarla. Hasta que los vemos en ese día en el que la madre decide desaparecer definitivamente con un “voy a aparcar” que será un duro os aparco de por vida tanto para ese padre entregado como para esa hija no deseada
Pero a pesar de tan doloroso abandono, vemos en el
final de ese haiku como Etienne se sobrepone entregándose al amoroso cuidado y
apoyo a una niña que tiene a su padre como referente único. Un excelente
referente, porque él ama a Rosa y en ese amor incondicional de padre le brinda
la libertad y la seguridad que todo menor necesita; “te querré siempre, sin
condiciones” le asegura cuando ella se interesa por lo que ocurrió con su madre
Luz (azul) y poesía
Etienne late –por Rosa y con Rosa- en luz azulada, la luz azul del recuerdo siempre presente de ese amor pasado roto abruptamente y especialmente la luz azul que emana de su ser claro y de su mirar de ojos claros, un mirar azul que también comparte con la hija. Así se nos transmite en su forma de compartir el día a día; y así nos lo muestra Le Duc mediante su luminosa fotografía que convierte el tranquilo pueblo del interior francés donde ambos conviven en algo así como una población costera mediterránea que invita a vivir plenamente la vida en su cálido azul mar
Pero afortunadamente esa relación tan estrecha y franca para nada es exclusivista. En efecto, Rosa se relaciona con Youssef (Mohammed Louridi) un joven poeta que cree en el “amor cortés” y Etienne tiene a la empática Hélènne (Maud Wyler) como su pareja presente con clara voluntad futura
Una voluntad que va a materializarse pronto en un nuevo hogar coincidiendo con la independización de Rosa quien –como siempre con el apoyo y empuje paterno- va a estudiar arte en otra población para profundizar en su pasión pictórica. Porque si Etienne emana luz en sí como padre empático y entrenador de fútbol capaz de hacer sentir el juego a sus pupilos, ella para nada le queda atrás y en su caso la luz de su ser y mirada se expresa en colores y trazos que apuntan maestría
Quizás por esos luminosos modos de ser, el joven Youssef se vuelca en la escritura de un largo poema épico sobre las vidas de Étienne y Rosa lúcidamente titulado como “No hay amor perdido”. Lo hace en su entender que “sólo la pena de un gran drama desarrolla la fuerza del espíritu”. Y es que él considera que tras el abandono materno sus vidas devinieron dramáticas, “les guste o no, esa mujer fue su fundadora” sentencia el joven ante un padre sorprendido que lo rebate afirmando que “yo decidí no convertirlo en drama. Me habría encantado hundirme pero Rosa estaba aquí. Y sabía que iba a vivir algo extraordinario (con ella)"
Sentimientos (pelota y olas)
Pese a esas palabras y la alegría de su vida junto a Rosa, Étienne no puede evitar sentir el dolor y la rabia por el abandono de esa mujer que pintó de rojo su balón. Un sentir que se hace evidente por el hecho de que guarde ese objeto fetiche del amor que no prosperó, un balón simbólicamente deshinchado pero del que sin embargo nunca ha podido desprenderse
Todo se removerá cuando Étienne vea a esa mujer en un documental televisivo y en su auto-engaño pretenda encontrarla para que “su hija la conozca”. Pero Rosa con esa mirada profunda adolescente le rebate con un sentido “quizás sea mi madre, pero yo no soy su hija. No conozco a esa mujer”. Y ante su insistencia la hija actúa de espejo paterno queriendo saber si él le ha mentido siempre al afirmar que no la necesitaban para nada y preguntándole qué tenía esa mujer de especial para que él siga confundiendo su huida cobarde con un acto heroico y su gran egoísmo con la libertad
En ese enfrentamiento visceral de fuerza femenina, la hija como la mujer que ha convivido históricamente con él acaba dándole un reivindicativo “beso pico” que literalmente desequilibra a Étienne quien simbólicamente cae por las escaleras espirales del centro escolar donde se encuentran. Arriba está Rosa segura e indignada y abajo él totalmente descolocado, ambos toca-dos y a la vista ya de todos los alumnos
Y padre e hija acabarán buscando a la mujer que los abandonó en la población marinera portuguesa retratada en el documental televisivo. Un lugar donde se dan olas gigantescas que atraen a surfistas de todo el mundo
En esa costa ventosa anida el aire nuevo y renovador que Ètienne necesitaba. En efecto, en ese escenario ahora sí genuinamente marítimo él logra surfear sus sentimientos para nunca más hundirse en los profundos abismos de lo que pudo ser y no fue. Sólo con ver a su ex se da cuenta y en ese darse cuenta simbólicamente se da la vuelta alejándose sonriente del recuerdo idealizado que le impedía afrontar plenamente su nueva vida sentimental de pareja
Allí deja a la madre y a su hija en silencio distante, esa es una historia abismal que es potestad de Rosa el verbalizarla o no… Aunque previamente en la cama de su hotel costero con una foto materna que Etienne sintomáticamente ha roto en dos, Rosa aseguró no sentir pena por ella: “no la conozco, nunca la extrañé. A ti si que te extrañaría. Te extrañaré, eres toda mi infancia”
Sea como sea, se nos muestra como un Etienne totalmente liberado corre rumbo a su nueva casa para abrazar con ganas a una Hélènne que esperaba ese cambio. Y lo hace como hombre rejuvenecido tal y como Youssef hacía para ver a Rosa; en efecto, como el poeta accede trepando por la fachada del bloque de viviendas donde va/van a iniciar su hogar común. La cámara nos lo muestra desde una reveladora ventana abierta
Atrás queda el París de la juventud y el hogar monoparental en el que creció Rosa quien sin embargo será siempre bienvenida en ese hogar del padre en pareja pero ya como mujer de vida sanamente independiente. Porque, tal y como Youssef expreso en su poemario, ese amor paterno-filial retratado es amor con mayúsculas y en consecuencia este sí que nunca puede perderse
A modo de conclusión quiero evocar el escrito del joven poeta –siempre a la buena sombra paterna- que escuchamos al tiempo que vemos a Rosa con sus compañeros de estudio asistiendo a una performance que muestra un globo terráqueo en simbólicas llamas:
“Nunca, desde el origen del mundo, la creación de
la luz y la separación de las aguas de arriba y abajo, la poesía fue tan
necesaria. Es la hija sobrenatural del verbo, y la abogada del alma insurrecta.
La poesía es, por esencia, ese lenguaje aún bastante vivo y armado, poderoso e
íntegro. Bastante cercano al misterio y a la palabra para arrastrar las
fortalezas de la inercia y reventar el hormigón de las ciudadelas de la
mentira. Lleva en ella una semilla de verdad humana que puede germinar y
triunfar”
La Fille de son père, poesía audiovisual necesaria en unos tiempos -los actuales- que demandan/esperan cambios profundos en nuestro modo de entender y obrar
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