Columbus: La arquitectura como aliento de armonía humana

 



La armonía es creadora y a la vez ha de ser creada

Raimon Panikkar

 

Kogonada nos ofrece una bella y calma película de gran sensibilidad humana sobre relaciones paterno filiares que tiene como telón de fondo a la arquitectura. Columbus (2017) toma el nombre de la capital de Ohio, una ciudad de la américa profunda que alberga numerosas obras arquitectónicas relevantes pertenecientes a la denominada corriente modernista. Todas ellas construidas gracias al empuje del magnate local J. Irwin Miller en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado. Edificaciones de arquitectos prestigiosos como Eero Saarinen, I.M. Pei, Richard Meier, Roberto Venturi o James Polshek

Kogonada sublima con su arte fotográfico la belleza de esas construcciones. Son magníficos los planos tanto interiores como exteriores en los que se nos sumerge en las sensaciones que esos arquitectos quisieron provocar con sus obras. Construcciones que en su mayoría buscan aprovechar al máximo la luz solar y dar protagonismo al espacio natural exterior –el jardín, ese nexo entre la naturaleza humana y la naturaleza toda- mediante el uso generalizado de superficies acristaladas

La acción transcurre a menudo en esos espacios: la casa del magnate que es ahora museo, la biblioteca Bartholomew, la iglesia North Cristian, la que fuera una innovadora oficina bancaria, el hospital de salud mental, el puente Robert Stewart…

Y esas construcciones humanas con vocación armónica actúan de alguna manera como catalizadoras de las emociones de la pareja protagonista: dos hijos mayores de edad pero de generaciones distintas que soportan la pesada carga paterna y materna vivenciada desde niños

Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers



Encuentro, interés

Jin (John Cho) regresa a EEUU al saber que su padre -el arquitecto Jae Yong- ha sufrido un ataque de corazón estando en Columbus a donde había acudido para dar una charla magistral. Vuelve el hijo tras muchos años de voluntario exilio en Seúl por su necesidad de alejarse de ese hombre. Y se aloja en la habitación hotelera que el padre reservó con la idea de cumplir pronto con el trámite para regresar cuanto antes a Corea del Sur

Jin es traductor y debe entregar pronto su último trabajo a la editorial. Con ellos habla por teléfono en el bello jardín del hostal que linda con el de la biblioteca pública en la que trabaja la joven Casey Haley (Lu Richardson). Ella está fumando – fuma mucho, sabremos que lo hace en su tensión entre la responsabilidad asumida y la libertad deseada- y lo oye en esa conversación incómoda. Jin le pide un cigarrillo y en ese acto minio se inicia una relación muy especial pese a –o quizás precisamente gracias a- la diferencia de edad entre ambos

Ellos están en jardines contiguos separados por una verja artística, Jin confiesa que es hijo del profesor conferenciante que ella quería escuchar

Y en la puerta abierta que conecta ambos espacios exteriores hablan de arquitectura –la arquitectura que tanto atrae a ella y tanto desprecia él por ser el oficio paterno-, es Jin quien accede al jardín “de” ella y a su interés por la arquitectura



Arquitectura y Alma

La arquitectura pues como inicio o cimiento de una relación que les llevará del conocer el alma de los edificios y al conocer las heridas del alma que ambos acarrean desde la infancia. El peso que soporta ella por su madre ausente y el peso que soporta él por su padre egocéntrico

La desnudez anímica de ambos se produce lentamente, al bello ritmo de la película y en unos entornos armoniosos que invitan a la sinceridad y a la amable complicidad

En una de las más bellas escenas del filme los vemos hablando –cómo no- sobre arquitectura, Casey que se extraña del interés de él por una disciplina que afirma despreciar. Y Jin que finalmente le confiesa que en realidad su interés es ella

El silencio que sigue a esa confesión de interés real es el que hace bellísima la escena, un silencio que se siente como regalo al espectador; Kogonada enmudece el sonido por unos instantes con la intención de que prestemos atención al lenguaje del cuerpo –especialmente el de ella-: los labios, las expresiones faciales, las manos, las inflexiones corporales… Sublime

Y siguen hablando de arquitectura y alma. Observan el hospital mental que creó el arquitecto Polshek, ella comenta que este “tenía la idea de que la arquitectura fuera un arte curativo. Que tuviera el poder de restaurar. Entendía que la arquitectura debería ser responsable. Así, todos los detalles del edificio son conscientes de esa responsabilidad” Una edificación curativa en un entorno natural curativo, una arquitectura consciente junto y sobre –gracias a un simbólico puente- un plácido río rodeada de vegetación. Y para abrazar a ese paisaje sanador, el uso de grandes superficies acristaladas que como se ha dicho es señal de identidad de la corriente arquitectónica modernista. Y simbólicamente ese dominio acristalado evoca la apertura humana a la naturaleza toda en la búsqueda de la armonía con el medio



Luz, transparencia, ser

En efecto, hasta los inicios del siglo XX los espacios así como las actividades y las dinámicas humanas tendían a ser escondidas tras los muros –físicos y mentales- de la protección extrema, la vergüenza y el miedo. Las construcciones abiertas al exterior y con interiores diáfanos que empezaron a aflorar en esos tiempos de posguerra mundial con corrientes como el modernismo, reflejaban un cambio de mentalidad que anunciaba nuevos tiempos

Así lo entendió Eero Saarinen cuando creó su innovadora oficina bancaria en la ciudad retratada, Casey lo siente cómo un genial arquitecto que rompió esquemas: “entrar en un banco de cristal, algo casi radical, porque en esa época los bancos debían ser como fortalezas”

Fortalezas son –hoy en día en otras formas- los bancos que preservan los dineros y los bienes. Fortalezas son las mansiones de los pocos que mucho tienen. Fortalezas son los corazones de los que optan por no sentir para gozar entre los desconsuelos…

Y fortalezas son los corazones, almas, niños interiores de las personas que han sufrido demasiado y no saben cómo sanar sus heridas

Fortalezas, armaduras, máscaras… nombres que pretenden describir un recurso muy extendido entre nosotros los humanos en la evitación del afrontar el dolor propio o ajeno y llegar a poner luz a nuestras inevitables sombras



Desnudando, deshaciendo, volteando…

Ahí –en mayor o menor medida- estamos todos, y ahí están Casey y Jin quienes se van ayudando mutuamente en el lento proceso de conocerse que les lleva a desnudarse dejando atrás sus muros defensivos. Y en esa desnudez libre y liberadora que se expresa gracias a la empatía y el respeto del/al otro, nace el verdadero abrazo amoroso que sana

En este sentido son luminosas las miradas de Casey y Jin que hacen innecesarias las estructuras defensivas físicas y mentales que habían creado. Ahora vivencian lo traslúcido, lo diáfano, lo luminoso en su mutuo observarse en total resonancia con los espacios que ellos observan

El espacio entendido pues como reflejo – ya Coco Chanel postuló que un espacio interior es la proyección natural del alma- y como ayuda o el espacio vivenciado como estructura armónica que ayuda a ordenar y sanar el alma

Eso es lo que le ocurrió a Casey cuando siendo adolescente encontró alivio en la contemplación de una de las edificaciones modernistas columbianas. La joven le explica a Jin cómo en esa época su madre consumía drogas y encadenaba relaciones tóxicas, y era la ella la que se preocupaba y cuidaba a una madre que a menudo no dormía en casa

Por esa experiencia Casey entiende que la arquitectura puede ser –como decía Polshek- un arte curativo. Lo entiende así porque siguió yendo a ese lugar “extrañamente reconfortante”. Se lo dice a Jin mientras con su mano resigue el contorno rectangular del edificio casi como si de un mandala se tratase, “de repente el lugar en el que había vivido toda mi vida parecía distinto como si me hubiera transportado a otro sitio”

Y confiesa que pudo estudiar arquitectura pero finalmente antepuso su autoimpuesta responsabilidad por la madre. Kogonada nos muestra cómo es su vida en el hogar de la madre quien ya dejó atrás el caos en el que se encontraba, aunque a pesar de esa mejoría la mujer casi no le habla a su hija en su –se entiende- vergüenza e incapacidad

Es gracias a Jin que Casey va entendiendo y asumiendo el error de ese sacrificio. Y es bella la escena de su liberación: la joven baila su rabia y ansias de independencia a la luz de los faros del coche; lo hace observada por él y esa noche acaban haciendo el amor

Ya decidida se despide de su madre, hablan más que nunca y la mujer expresa su dependencia emocional y con sinceridad acepta sus carencias históricas por lo que le pide perdón. Se nos muestra a Casey llorando tras dejarla, le duele romper ese cordón umbilical antinatural

Por su parte Jin por influencia de Casey y de la secretaria de su padre decide quedarse una temporada cerca del anciano enfermo. Así ella que estaba anclada por ese cordón malsano, se va; e inversamente él que huía inútilmente del padre que más allá de la distancia física permanecía en sí mismo, se queda

Dos sendas de carácter inverso que voltean en Columbus. Dos almas que parecen haber aprovechado ese encuentro en la ciudad de la arquitectura traslúcida con alma. Dos personas reconocidas que ahora tienen la oportunidad de reiniciar su vida sin tanta carga heredada

Y la simbólica imagen del bello puente Robert Stewart que concluye el filme: vemos a Casey cruzándolo hacia la inmensidad exterior desde la asunción de su libertad mientras que Jin -que lo había cruzado previamente en su regreso a EEUU- ahora valerosamente ha decido permanecer el tiempo necesario en la inmensidad interior que le liga al padre

A Joan, amigo y arquitecto del alma

Este artículo es la revisión del publicado por el diario cultural chileno CyL




 


Comentarios

Entradas populares