Pora umierac: Retrato poético de una anciana

 




Yo vengo de un silencio

antiguo y muy largo

de gente que va alzándose

desde el fondo de los siglos

Yo vengo de una lucha

que es sorda y constante

Yo vengo de un silencio

que no es resignado

Raimon

 

El comprometido cantautor valenciano Raimon tiene entre sus joyas poéticas un Jo vinc d’un silenci referido a la dura España franquista que es humanísimo sentir más allá de fronteras y tiempos. Un canto que honra a nuestros antepasados quienes sufrieron guerras y hambrunas, y un canto que –entiendo- evoca especialmente a nuestros ancianos como depositarios de la memoria real del pueblo, esa memoria necesaria que desafortunadamente las nuevas generaciones a menudo ningunean

Una excelsa poesía musical en catalán que resuena armónicamente con la sublime poesía visual en polaco de Pora umierac (2007) traducida aquí como Ha llegado la hora de morir en la que la realizadora Dorota Kedzierzawska nos retrata en mirada empática el valor de la ancianidad; una película que ella dedica a su abuela y que pone honrosa luz a las resilentes abuelas y a los resilentes abuelos del mundo

 

Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers



Blanca luz

En un excelente inicio bañado en cegadora luz blanca vemos a Aniela (Danuta Szaflarska, en una interpretación magnífica), la abuela protagonista acudiendo a consulta médica y advertimos cómo su doctora la trata en gélida actitud. Ante la nula empatía de la doctora que se entiende como imagen de la tristemente común indiferencia “humana” ante los ancianos, una potente Aniela se va dejándola plantada con un sonoro portazo que hace temblar el crucifijo del arquetipo incomprendido (de la cruz de culpas e intolerancias que son la antítesis de la amorosa encarnación crística)

Kedzierzawska nos acompaña delicadamente a conocer el día a día de esta mujer que vive en una bella y luminosa casa antigua de madera. Casa que –sabremos- durante años compartiera con inquilinos. Ahora Aniela disfruta de la única compañía de su fiel perra Fila en ese espacio amado que es historia familiar; en efecto, ella se siente vinculada a esa casa, entre sus paredes resuenan los recuerdos de toda una vida

La visitan de tarde en tarde su hijo, su nuera y su nieta, una niña poco sociable; ellos son su única familia. Una familia distante que para nada se entrega a la abuela quien sin embargo siempre corre todo lo que puede para descolgar el teléfono cuando suena esperando oír la voz de su hijo, un hijo que nunca llama varias veces seguidas si no responde como correspondería a alguien al que realmente le importa el estado de su madre y como correspondería a alguien que sabe que su madre suele estar en la galería del piso superior donde no hay aparato telefónico



Silencio y música

Así, Aniela vive en una soledad ambivalente, la buscada por su modo de ser independiente y asimismo la no deseada en su saberse cada vez más anciana

En este sentido y más allá de las muy sugerentes imágenes del espacio que conforman su vida, Kedzierzawska se vale del silencio y la música para plasmar esa ambivalencia

Por un lado está el omnipresente silencio de la poca comunicación de la anciana y en oposición la música simbolizada en el piano que tanto le agrada y con el que se recuerda bailando en la ligereza juvenil

Una ligereza e ilusión que anidan en su corazón de niña –pese a tanto- y que de alguna manera también se alimenta del juego y los sones de la vecina escuela musical para menores…



¿Tiempo de morir?

Todo cambia cuando descubre que el hijo negocia vender la casa a los vecinos que regentan la escuela y para ello pretende engañarla haciéndole firmar su autorización. En la desazón inicialmente decide abandonarse a la muerte por lo que cancela visitas familiares, no atiende al teléfono, cubre los espejos, detiene el reloj, se viste de negro, enciende una vela y rosario en mano se acuesta con voluntad de no volver a levantarse

Pero al poco despierta –en todos los sentidos de la palabra- la Aniela potente que no se rinde y en esa actitud decide donar la casa a sus amables vecinos, eso sí la suya es una donación con usufructo. Y la casa que revive llenándose de niños sociables y de arte musical 

Ahora, rodeada de personas que agradecen y disfrutan su presencia puede morir en paz consigo misma la niña abuela independiente de luz blanca





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