Arrugas: La vejez como contrariedad personal y social

 


La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza (Proverbio Hindú)


Basándose en la laureada novela gráfica de Paco Roca, Ignacio Ferreras dirige esta magnífica película de animación que fue galardonada en la 26 Edición de los premios Goya

Arrugas (2011) está ambientada en una residencia de ancianos y es un retrato fiel de la vida truncada de tanta gente mayor apartada de su hogar, retrato que invita a la reflexión sobre las enfermedades que les aquejan (en especial el Alzheimer) y de cómo las afrontan ellos, sus familias y en general nuestra ajetreada sociedad


A nuestras familias no queremos estorbar, sino no podrían trabajar (Citado en la película)


Molestar

Emilio es un hombre viudo que fue director de banco, vive solo y tiene Alzheimer en fase inicial. Su único hijo decide ingresarlo en una residencia de ancianos porque le absorbe demasiado tiempo, es difícil conseguir que coma y a menudo se muestra irritable

Ferreras nos muestra dos imágenes muy simbólicas al llegar al centro de lo que este cambio supondrá para el padre:

La verja opaca tras la cual está el jardín resaltando así que la vida del anciano se limita, se encierra. Y las hojas secas que vuelan con el viento una de las cuales recoge Emilio del suelo del vestíbulo mientras espera a que su hijo y su nuera finalicen los trámites de ingreso, la recoge él y bellamente la lleva-libera fuera observando su vuelo

La hoja seca-muerta que cae del árbol (la imagen del árbol familiar, de la saga que él encarna) o el anciano desconcertado que cómo esa hoja desprendida y perdida ya nunca más regresará a su hogar familiar

En este sentido, es contundente ver como el hijo cuelga rápidamente el cartel de “se vende” en el piso de Emilio. Y como le-se miente al despedirse de él tras el ingreso con un “vas a estar muy bien con otros abueletes como tú” prometiéndole que lo vendrá a ver a menudo

Pero ellos no van a ir a visitarle hasta las navidades que es cuando casi todas las familias aparecen por allí para lavar sus conciencias en esas fechas de reencuentros; en este sentido, se nos muestra como son pocos los internos que tienen la fortuna de que vengan a verlos sus seres queridos con frecuencia

En consecuencia, la sensación que la mayoría de ellos tienen es la de abandono, un abandono que también siente Emilio quien al entrar en el centro rememora ese espanto que ya vivió siendo niño en su primer día de escuela

Estremece esta realidad de tanta gente mayor olvidada-apartada por los suyos porque “molestan”, realidad que es reflejo -a mi entender- de una sociedad que tiende a evitar ver-saber-sentir todo lo que le incomoda (no solo los ancianos), todo aquello que le cuestiona su supuesta bondad-justicia

Contrasta esa actitud un tanto o un mucho egoísta del entorno de varios internos con la actitud empática de algunos ancianos que la sufren como es el caso de Emilio quien lejos de preocupar a su hijo le comenta -pese a tanto- que “está bien allí”



El nuevo “hogar”

Emilio descubre todos los rincones del centro de la mano de Miguel, su compañero de habitación. Miguel es uno de los pocos ancianos internos que está bien de salud física y mental, lo sabe todo de todos ellos y conoce perfectamente el funcionamiento de la residencia

Se nos muestra en ese presentar la realidad de lo que es una residencia geriátrica. El salón principal (el espacio más utilizado durante el día) está lleno de abuelos sentados en sus butacas -muchos de ellos dormidos por efecto de las medicaciones- sin tener nada que hacer, y algunos de ellos situados frente al televisor con la cabeza gacha sin atender a la programación

La residencia mostrada como un lugar de ancianos dopados, un lugar en el que lamentablemente no hay suficiente personal para atenderlos-acompañarlos-mimarlos adecuadamente en sus diferencias, un lugar de soledades, un lugar muy triste

A Emilio le parece como si todos estuvieran en una sala de espera, un comentario que entiendo evoca lo que desafortunadamente en realidad es esa residencia: un lugar de espera a la muerte

Y Emilio sigue la ruta por las instalaciones del centro con su amigo deteniéndose en la piscina interior que nunca usa nadie. Miguel le explica que “está de adorno para impresionar a los clientes, los que pagan las facturas: los hijos y el gobierno. Está para que la vean cuando vienen y se crean que esto es un hotel de cinco estrellas” y remata indignado con su acento argentino “que carajos, si acá la mayoría no puede ducharse sin que lo ayuden”. En esas sentidas palabras, la dura verdad que casi nadie quiere ver ni abordar

La deslumbrante piscina evidencia pues lo que es hoy en día una residencia de este tipo: ante todo un negocio lucrativo y que como tal entra en competencia con otros del sector; así la buena imagen “vende”, la piscina que no se usa y hay que mantener es una inversión rentable para contentar-captar clientes

Clientes que desafortunadamente no tienen o no quieren tener tiempo para saber la verdad de su uso (o la verdad de lo que ocurre en el centro, o la verdad de lo que vivencia su familiar residente en el centro). De hecho, el hijo de Emilio decidió ingresar a su padre allí precisamente por la piscina, ya que al hombre siempre le encantó nadar

Pero lo que Miguel no muestra a Emilio en su recorrido por el centro es la planta de arriba, un espacio a donde van a parar los internos que están peor: ”los que han perdido la cabeza, todos abandonados como si fuesen trastos rotos” afirma en rabia contenida. A Miguel le afecta mucho esa dura realidad e intuye que también le afectaría a Emilio, no obstante más adelante los dos subirán a esa planta de marginados




Amistad

Miguel confiesa a su desmemoriado amigo que nunca se casó ni tiene hijos, “vivir sin ataduras” le dice orgulloso. Un Miguel desapegado que no obstante trata con extremo cariño a Emilio sabedor de que este -como tantos allí- tiene Alzheimer

Por su parte, Emilio es consciente de que está perdiendo facultades y consulta al médico del centro quien le miente negando que él tenga esa enfermedad degenerativa. Por el contrario, su amigo si le dice la verdad aunque le tranquiliza con un “puedes pasar años sin empeorar”

Y cuando se empieza a hacer más evidente el Alzheimer, Miguel hace todo lo posible y más para que el personal del centro no se dé cuenta. Quiere evitar que se lleven a Emilio a la planta de arriba, quiere evitar perder a otro amigo (su anterior compañero acabó allí)

En este sentido es bella la escena en un mañana de visita médica en la que vemos a Miguel ayudando a Emilio a vestirse bien, el amor con que lo hace y cómo le habla de que el personal médico se fija mucho en la manera en que van vestidos

Una noche Emilio -en su confusión- quiere marcharse del centro y Miguel le ayuda a escapar. Acaban los dos en un coche junto a Antonia, otra interna; Emilio conduce al son de El huerfanito del mítico Antonio Machín; una canción conveniente ya que en ese coche viajan tres huérfanos perdidos

Y en su desvarío acabaran accidentándose, ahora ya Emilio es enviado al fatídico piso de arriba. Miguel está profundamente apenado, lo vemos intentando suicidarse pero desiste al observar una fotografía de su amigo y decide involucrarse

Y es que Miguel es otro, ahora Miguel se entrega a ayudarlos y en esa bella voluntad sube a la planta de arriba para auxiliar a su amigo Emilio y hacerle compañía

Lejos queda ya ese Miguel que no entendía lo que es entregarse, ese Miguel distante que tanto dolía a su amiga Antonia quien afirmaba “tú no entiendes porque nunca has querido a nadie”, se lo decía al comentar la bella historia de Loli y Modesto: él enfermo avanzado de Alzheimer y ella interna por voluntad propia para hacerle compañía

Como suele ocurrir, la máscara del “¡bah!” es un intento de protección personal, tras ella se esconde la persona sensible que se emociona en humanidad. Emilio involuntariamente ha conseguido que Miguel se la quite, y con ese quitar desaparece el orgulloso “vivir sin ataduras” de la distancia-no implicación con la que el amigo pretendía evitar el dolor implícito en el amar y el vivir


Demasiada soledad

Con su cambio de actitud Miguel alivia la soledad de muchos de sus compañeros, soledad fruto de las carencias de un centro falto de personal suficiente como para atenderlos en su diferencia. Tras cada uno de ellos, hay una persona perdida que ha ido aislándose en sus mundos de recuerdos y fantasía

Soledades que no son sólo de ancianos. Y es que en el centro vive también una joven discapacitada física, una joven que sufrió un accidente y al no tener familia fue internada allí, una joven rebotada con todo y que para que “no perturbe” a los demás la tienen confinada en la funesta planta de arriba. Triste, muy triste que quien necesitaría una atención muy personalizada sea enviada a una cárcel que la hunde y la consume día a día…

No es fácil encontrar soluciones a estas profundas soledades, a estas personas que “molestan” y más cuando se trata de enfermedades como el Alzheimer que requieren mucha dedicación personal

 

Ante esa dificultad, Paco Roca como creador e Ignacio Ferreras como realizador nos sumergen en lo que significa para una persona dependiente estar ingresado en una residencia de ancianos. Y en ese sublime mostrar nos hacen más conscientes de su dura realidad en un mundo el nuestro que insensiblemente tiende a relegar la ancianidad y la enfermedad -especialmente la mental- a los márgenes

 

Dedicado a Josep, Anna, Rosa, Eduard, José y Vicente abuelos felizmente encontrados, familia del corazón

Este artículo es la revisión del publicado en el diario CyL





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