Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera: Una mirada simbólica a la naturaleza humana

 


Aprendo a ver. No sé por qué, todo penetra en mí más profundamente, y no permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre. Tengo un interior que ignoraba. Convierto mi muro en un peldaño

Rainer Maria Rilke

 

Kim Ki-duk -uno de los mejores realizadores de nuestra época- nos ha dejado un valioso legado artístico del que destaca Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003)

Rodada en un único escenario natural de gran belleza, esta joya cinematográfica –como es característico en el surcoreano- prioriza los silencios a las palabras y en el retrato de sus personajes nos invita reflexionar en torno a distintos aspectos de la condición humana, en especial sobre el amor, el dolor, la violencia y la culpa

Todo ocurre en una humilde casa templo flotante ubicada en un lago de alta montaña, allí se alojan un anciano maestro y su único discípulo. Allí devendrán las estaciones naturales de la naturaleza toda y simbólicamente de la naturaleza humana de esos dos personajes principales y de otros pocos que de un modo u otro buscarán refugio en ese bello lugar

Kim Ki-duk nos deleita con su cuidadísimo y sensible retrato silente de ritmo reposado que cala hondo gracias a su gran fuerza visual de riquísima simbología

Debo advertir que este ensayo se ha realizado desde mi sentir y entender, entender personal que quizás algunas personas lo podrán considerar como una falta de entendimiento-respeto a sus creencias; ojalá no fuera así… 



Las estaciones de la vida

El título de la obra nos remite al carácter cíclico de la vida ahora y aquí, a las etapas de impulso-esplendor-decaída-recogimiento-nuevo impulso de los ciclos de la naturaleza con mayúsculas (las estaciones, las fases lunares, los momentos del día…)

Y asimismo las etapas de la naturaleza humana entendida como las propias de la edad en la que el nuevo impulso sería renacer tras la “muerte” terrena a otra vida o a otro “mundo”, y más aún pueden asociarse esas fases naturales a los ciclos humanos evolutivos globales o las míticas edades del hombre

Pero más allá de estas –por muchos cuestionadas- interpretaciones trascendentes que impregnan esta ficción de ideología budista, las estaciones pueden asociarse a los procesos psicológicos-anímicos de cada persona en el decurso de una vida, los ciclos personales por los que uno puede renacer tras superar fuertes adversidades. Así lo entiendo en general y así lo interpreto en particular al analizar el proceso retratado en la película del alumno que llegará a ser maestro

El umbral

Las puertas tienen un explícito protagonismo. Emociona la gran puerta que da acceso al lago y por tanto al monasterio flotante; es un umbral sin cerradura que entiendo como símbolo de espacio abierto a quien se atreva-quiera cruzarlo, asimismo una llamada a darse cuenta de la singularidad del lugar y también una invitación a respetar lo que se encuentra al otro lado

Y sorprenden las “solitarias” puertas sin pared alguna en el sobrio interior que interpreto como imagen del respeto a la intimidad personal y por extensión a la condición humana más allá de todo juicio


Vida aislada

El pequeño monasterio flotante y su entorno es un mundo aislado de la sociedad. Sabemos que durante siglos algunas personas han buscado refugio en los monasterios o en lugares de recogimiento para poder estar consigo mismas, y en muchos casos para llegar a Dios-Diosa-Dioses

Ese aislamiento de la vida de la gente “común” les ha facilitado poder alcanzar la calma y el silencio necesarios para desconectar del “ruido” del mundo. En este sentido, hoy en día muchas personas optan por retiros temporales como forma de ayudar a encontrase

A mi entender, estar toda o gran parte de la vida aislado o en una comunidad cerrada es una actitud que priva-limita a la persona que así lo hace del necesario contacto con los otros. Le priva de la riqueza que supone un intercambio abierto con cada persona, cada cultura, cada lengua, cada conflicto, cada celebración… Incluso la entiendo como una actitud de un cierto egoísmo puesto que la vida humana se desarrolla en el extenso ahí fuera y es ahí fuera donde todos somos igualmente necesarios: el maestro, la pintora, el músico, la poeta, el bufón, la artesana…

Montaña y dureza

El paisaje que se nos presenta es la alta montaña. Entorno natural bellísimo y sereno, pero con condiciones duras por su clima extremo y por sus pendientes elevadas. Un lugar que acompaña al recogimiento, al contacto con la naturaleza salvaje, a la vida monacal y que tiende a proyectar-ensalzar la penitencia como vía de limpiar las “culpas” o “pecados” propios y de la sociedad. Un entorno apropiado para esta historia de resonancias budistas que indaga en el dolor humano con voluntad regeneradora

Sin embargo no encajaría tan bien en un lugar de clima benigno con un paisaje más amable, tal vez en un entorno de suaves colinas o cerca también de un lago o un río pero de baja altura o a orillas de la mar

Y es que tradicionalmente se ha buscado más a Dios en las alturas, tocando al cielo. Miramos hacia allí cuando invocamos y sabemos que muchos templos están ubicados arriba de las montañas o en lo alto de las poblaciones; todo como un buscar el simbólico Cielo que entiendo refleja hasta qué punto nuestra sociedad ha puesto y pone por delante a lo masculino. En efecto miramos al “padre” Cielo y tendemos a relegar la feminidad encarnada en la “madre” Tierra que nos sustenta y nos cobija; como si en ese priorizar el arriba se pretendiera que la divinidad sólo esté allí en el cielo (o hubiera categoría de lugares para estar y el cielo fuera la mejor) y no en todas partes por igual (tal y como siempre siente la feminidad)




La culpa y el castigo

Educar con mayúsculas es un arte. Cada niña, cada niño, cada chica, cada chico, cada etapa vital son diferentes en matices. La maestra o maestro tendrá sus maneras de enseñar propias, ahí está la riqueza individual, pero la esencia de la educación (y más si hablamos de educar la personalidad como ocurre en la película) es el amor. El amor que siempre empieza por uno mismo

Así, siento que para educar de verdad hay que conocerse y comprenderse primero a uno. Sólo con la comprensión propia podemos acercarnos a comprender a los demás sean niños, jóvenes, adultos o ancianos

El veterano monje de esta ficción es el buen maestro cuando enseña al niño a ponerse en la piel del otro, a respetar a toda forma de vida. Sabemos que para el budismo (como para otras tradiciones y para muchas gentes no adscritas a ninguna) el respeto a toda forma de vida es uno de los fundamentos del ser. En este sentido, se nos muestra al niño con mayor o menor inocencia-conciencia jugando a atarles piedrecitas a pequeños animales atento a cómo les limita su movilidad sin atisbo de compasión; mientras el maestro le observa escondido permitiendo que todo ocurra…

Y decide que a la mañana siguiente su alumno despierte también con una piedra atada invitándole a liberar de la carga a esos animalitos maltratados. Esta lección le posibilita vivenciar lo que están sintiendo los que él ha limitado. Es una buena manera de ponerse en la piel del otro que le puede servir ya de por vida. Buena manera –entiendo- si se acompaña la vivencia con amor, es decir con la explicación-dialogo necesarios donde se perdona y se libera de culpa al niño porque todos podemos errar y más un niño en formación

Pero se nos muestra a un maestro que hace todo lo contrario, le dice a su alumno que si alguno de los animales ha muerto llevará la piedra en su corazón para siempre. Y el pequeño encuentra a dos muertos y llora desconsoladamente ante la presencia inmutable del anciano. Así, el niño interioriza la experiencia de modo que todo lo ocurrido ha sido su exclusiva responsabilidad y además que ese obrar no tiene perdón, y por lo tanto “merece” castigo; el alumno entra de la mano implacable de su maestro en el hondo pozo del “mea” culpa donde se encuentran desafortunadamente estancadas tantas personas

Entiendo que el maestro es el adulto consciente que decidió posponer en el tiempo la toma de conciencia del niño (porque si la lección se hubiera realizado en el mismo momento los animalillos no hubieran muerto), así él como adulto consciente tiene la plena responsabilidad de lo que ha ocurrido y ocurre. En su enseñanza de “empatía” falta paradójicamente el amor al otro (ya que los animalillos muertos son usados como cobayas) y el amor a uno mismo (al niño alumno y al propio niño interior del maestro, ambos arrastran una culpa ancestral)




El rencor y la violencia

La violencia, en mi sentir, puede entenderse como una actitud indeseable sin más, o como una reacción indeseable ante algo indeseable. En nuestra sociedad ocurren demasiadas cosas injustas que nos afectan; y ante ellas la violencia suele ser la primera forma de reacción, la violencia (a menudo acumulada) que sale de las entrañas sin el más mínimo control, la violencia a veces ante un pequeño suceso o incluso sin sentido aparente

Entiendo que es necesario profundizar en lo que le ha ocurrido a la persona que actúa así para acercarse a comprenderla y si lo solicita poder empezar a ayudarla a sanar sus humanas heridas; de esta manera empática la violencia puede comprenderse, pero nunca puede asumirse como forma válida porque el “ojo por ojo, diente por diente” crea destructivas espirales sin fin de “buenos” contra “malos”. Y como sabemos no hay “buenos” ni “malos”, hay personas con vivencias y con formas diferentes de ser-vivenciar; hay una extraordinaria riqueza de humanidad que quiere ser comprendida y aceptada

En la película vemos como el discípulo adolescente siente la pulsión sexual cuando llega una joven al monasterio para hacer un retiro curativo. Finalmente hacen el amor y el maestro los descubre. Ella ya no se siente infeliz, el amor por el chico la ha curado; así lo entiende el maestro quien la invita a irse. Un irse que su alumno vivencia con desesperación porque no saber vivir sin ella, “el deseo despierta el ansia de poseer y esto despierta el instinto asesino” sentencia el maestro. Ante ese límite, el joven lo abandona para ir al encuentro de su amada. Pero regresa al cabo de un tiempo totalmente cambiado lleno de agresividad e ira, ha matado a un hombre porque ella le fue infiel; él vive el “amor” como posesión. Su maestro le pregunta si el mundo exterior le ha satisfecho, y le instruye diciéndole “a veces debemos renunciar a lo que amamos, lo que tú deseas pueden desearlo los demás”

Las enseñanzas del maestro parecen encaminar a su discípulo a la renuncia ahora y aquí. A mi entender no es renunciar a (la persona o lo que sea) sino aprender a amar sin poseer (el “quien ama una flor no la corta” del gran Tagore) porque el amor con mayúsculas es libertad a todas, a todos, a todo

Pero en ese amor que no es se nos muestra como el joven está tan desesperado que quiere suicidarse tapándose nariz, boca, ojos y orejas (la imagen de los sentidos “pecaminosos”). El maestro se da cuenta y reacciona con violencia (esa violencia que dice combatir) dándole repetidos fuertes golpes a la espalda al agresivo grito de estúpido e idiota. Más adelante vemos como la policía viene a buscar al alumno y su mentor lo despide apenado; al sentirse fracasado como maestro se suicida quemándose vivo en la barca con la cara tapada tal y como su discípulo hizo anteriormente, un taparse de violenta solidaridad culpable

Y transcurren las estaciones (de la vida) y el alumno ya adulto vuelve al monasterio tras cumplir su condena. Es el propio Kin Ki-duk quien encarna al solitario monje. Hasta que llega una mujer con su bebé que abandona durante la simbólica noche y al huir cae en un hueco del también simbólico lago helado muriendo. Él recupera el cadáver de la que entendemos era su amada

Tras esa nueva tragedia, lo vemos cogiendo una imagen de diosa femenina que el anciano tenía guardada (y que no se había visto antes en la película) y una piedra con forma de rueda atada a su cintura camino –en un caminar extremadamente dificultoso- de la cima para dejar la simbólica escultura femenina en lo alto del reconocimiento




La senda del dolor

Se sabe que en el dolor se puede aprender mucho de la naturaleza de uno mismo y de la humanidad en general. La experiencia dolorosa a menudo nos abre la puerta a aspectos profundos que probablemente nos eran desconocidos. A mi entender, puede ser hasta agradecida como oportunidad de autoconocimiento. Pero es necesario superar el dolor con el paso del tiempo gracias a la ayuda externa y/o con los propios medios. Un proceso en el que el amor a una o uno mismo y la confianza son indispensables para poder llegar a una mayor comprensión que permita una mejor vivencia pese a tanto, que permita una nueva primavera

Todo lo comentado no es una defensa del dolor, es una invitación a aceptarlo cuando surge pero desde la voluntad de transmutarlo mediante la capacidad humana de comprender. Un proceso que requiere amor. En efecto, cuando no hay amor (como ocurre en la película con el niño monje al que se deja llorar desconsoladamente sin abrazo, sin liberación, sin una nueva oportunidad…) el dolor se enquista en el corazón e impide vivir plenamente a la persona en todas las edades. Sólo el amor cuando aparezca podrá bucear en ese corazón herido para sanarlo

Así el dolor retratado del niño monje “culpable” al que se ha dejado llorar sin consuelo entiendo que se transmuta cuando es adulto gracias al amor que siente por la mujer de su vida. A través de ella ama a la feminidad y vivencia el dolor de la muerte de la amada emprendiendo la escalada final casi como la de Cristo, con la voluntad de transmutar la carga definitivamente. En este sentido vemos como él recupera la feminidad al escoger la imagen que sintomáticamente su maestro tenía celosamente escondida. Y nos damos cuenta de su valerosa voluntad transmutadora al elegir una móvil rueda como carga

En la última escena, el mítico director surcoreano nos muestra al ya nuevo maestro con el niño que es el mismo niño que él fue (el mismo actor niño) como clara alusión a un nuevo comienzo, a una nueva primavera tal y como plantea el título

Una nueva primavera de amor donde el niño –ahora sí- vive feliz sin cargas por la culpa-castigo, un niño que tiene un maestro que ha integrado la feminidad en sí mismo por la senda del dolor con la voluntad de que esta mortificante senda ya no vuelva a ser necesaria, con la voluntad de que jamás ningún otro niño o niña cargue con culpas heredadas de tradiciones ciegas

La serpiente

Este animal está muy presente en la película. El maestro anciano previene al niño del peligro de su picadura mientras vemos como este –en su bendita inocencia- no la teme y la aparta de sí. La serpiente que es precisamente uno de los dos animales que resultan muertos por estar atados a una piedra. La serpiente que vemos salir de la barca crematoria al morir el maestro y que se instala sobre sus prendas depositadas en el suelo del monasterio, la serpiente que cuando regresa el discípulo se queda a acompañarle quizás como recuerdo de la ambivalencias de su rica simbología

Se sabe que la serpiente tiene muchas simbologías, es una de las imágenes animales que está presente en todas las culturas. La serpiente muta y se regenera de su partes, su piel es una retícula similar a la de una matriz (la realidad como “Matrix”). Ostenta el movimiento sinuoso helicoidal tan emparentado con la genética y la creación-recreación. Y se yergue sobre sí misma cuando detecta el peligro. Tiene un aire sofisticado y encantador que junto a su movimiento sinuoso la asocian a la feminidad “fatal” (la máscara peligrosa que oculta el tesoro o la riqueza de la incomprendida y relegada feminidad humana) Así, simboliza la ambivalencia del peligro por su veneno pero a la vez de la cura a todo mal si este se toma en pequeñas dosis. Y también se la asocia a la tentación en el “pecado original” para la tradición cristiana. Y muchas otras simbologías, por ejemplo para la tradición china la serpiente es la imagen de la tierra como centro y es la representación de los grandes principios para la tradición budista…

A mi entender el discípulo adolescente se deja “picar” por la “serpiente” mujer amada y así puede experimentar facetas que le conducen a su oscura catarsis. El viejo maestro de alguna manera se convierte tras su “muerte” en la serpiente ya amiga del nuevo maestro, es decir la serpiente comprendida por la experiencia violenta y dolorosa. Una serpiente surgida del fuego de su inmolación personal que renace en el agua de la vida y se instala en la simbólica tierra renovada del nuevo maestro

La rueda

Aparece tal y como se ha comentado ya, en la escalada final. La piedra-rueda que substituye a la piedra “bruta” del niño penitente. La antigua piedra del peso por la culpa, la piedra que obstruía el fluir del agua (de los sentimientos, de la vida plena), la piedra hundida en el interior del corazón (la dolorosa herida olvidada/relegada en el fondo) es ahora la piedra-rueda del movimiento a la necesaria regeneración evolutiva individual y por ende colectiva

Sabemos que la rueda es uno de los símbolos más completos para explicar la cosmogonía. Es la imagen de los ciclos de la historia y la actividad humana, de los comentados antiquísimos ciclos del espacio-tiempo en el que vivimos. La rueda simboliza el movimiento; la rueda que tiene el centro hueco, un centro inmóvil que representa el origen-lo primigenio de todo. Un centro “vacío” en apariencia pero que en mi sentir es el pequeño-gran corazón-alma (de animus que significa buen corazón) de todo lo creado. El amor que une todas las manifestaciones en su comprensión luminosa

Por último señalar que para el budismo la rueda representa el karma del nuevo monje. En esa tradición, es necesario cargar con el karma para poder superarse a sí mismo. Cuanto mayor es este, más dificultades hay en la purificación. Así para el budismo los “pecados” que ha ido cometiendo el discípulo desde que fue niño hasta la madurez aumentan el peso de la piedra (el peso que oprime su corazón) y las dificultades a superar en su ascensión




La naturaleza femenina

La humanidad está en la naturaleza no fuera de ella. Desde antiguo hemos observado a la naturaleza para comprender sus procesos; y nos hemos inspirado en ella para inventar, para crear en armonía con ella. Pero en el momento en el que asumimos que esa capacidad distintiva humana nos daba derecho a poseerla y dominarla rompimos la armonía de nuestra naturaleza y la de la naturaleza en general

Entiendo que es necesario recuperar esa armonía basada en el respeto y que a pesar de las desconcertantes oscuras apariencias estamos en la tarea. Y el respeto significa amarse y amar a todas, todos, todo. Amar comprendiendo las heridas, acercándose a la persona querida a pesar de su agresividad defensiva o rechazo aparente buscando solucionar lo que ocurre, buscando sanar lo de la otra persona y encontrando a menudo en ese observar al otro heridas propias pendientes…

Porque la naturaleza humana y la naturaleza en general no quiere control o dominio ni científico ni religioso ni de ninguna clase. No es la disciplina ni el método sin más; es poner en valor el sentir, poner en valor la imagen de la madre que ama y por tanto entiende y sabe por su misma naturaleza cómo hacer sin casi necesidad de pensar porque le sale de dentro. Y es con la comprensión del sentir cuando llegamos al abrazo liberador de padre/madre-hija/hijo o maestro/maestra-alumna/alumno. Así la naturaleza (humana y toda) se siente entendida y ya no necesita mostrarse de forma agresiva para reclamarnos la atención. El dolor, el desgarre han quedado atrás y renace la alegría de vivir en armonía con las ricas diferencias. La dura piedra del resentimiento y la culpa se disuelve por amor en multitud de suaves granitos de arena del río o la mar que nos invitan a vivir o jugar en libertad en una nueva primavera

Dedicado a Paula con quien fui a ver la película al mítico Cine Alexandra de “nuestra” barcelonesa Rambla Catalunya al poco de conocernos, a ella que tanto aporta a mi comprensión de todo

Este ensayo es la revisión del publicado en el diario CyL




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