Little Bird: Ante la impunidad racista, el valor de una mujer

 



Que venga, que venga el viento

que venga inflado de tierra y horizonte

que venga henchido de besos y susurros

que venga a estrellarse contra mi piel

y me haga una en mil pedazos

Laura Ferro

 

Joe Leigh Hopkins y Elle-Máijá Tailfeathers nos ofrecen una excelente serie basada en hechos reales a propósito del racismo en el Canadá de la segunda mitad del siglo pasado. Little Bird (2023) retrata con gran sensibilidad la odisea personal de la joven Esther Rosenblum (Darla Contois, en una sobresaliente interpretación) quien antes de casarse decide averiguarlo todo sobre sus orígenes indígenas. En esa investigación se nos muestra su valerosa catarsis personal y asimismo las cicatrices colectivas de la sociedad canadiense

Esther sabe que Golda, su madre viuda, la adoptó con tan sólo cinco años creyendo que le hacía un bien dado que el estado la apartó de su familia de sangre alegando que era problemática y no la cuidaban. Golda había emigrado a Canadá tras perder a su familia a causa del genocidio nazi y le ofreció un hogar amoroso a esa niña indígena quien creció aparentemente como una más en la fraternal comunidad judía

Aparentemente porque cuando celebra su compromiso con David se da cuenta de que en realidad es menospreciada por su futura suegra por su condición indígena

 

Debo advertir que este ensayo contiene spoilers

 


Prepotencia blanca

Ese menosprecio por parte de una mujer prepotente blanca remueve en lo más profundo a una Esther urbanita que a menudo revive imágenes de su infancia en total contacto con la naturaleza. Un pasado que siempre ha querido averiguar en profundidad aunque no lo ha hecho por respeto a su madre quien parece temer que tras ese averiguar pudiera perder la gran conexión que las une. Y una madre que pese a ser mujer nada prepotente de alguna manera ha normalizado el racismo blanco de su comunidad

Así que Esther literalmente huye de su comodidad –del cálido hogar materno y del empático David- para emprender en solitario una odisea en la que descubrirá que ella formó parte de un programa gubernamental conocido como la Scoop que legitimaba el robo de niños indígenas para entregarlos a familias blancas. Una acción institucional prepotente –en la que se implicaron la policía, los servicios sociales y los jueces- normalizada en aquellos años 60 cuando ella tenía cinco años y cuyo espíritu racista comprobará sigue vigente impunemente veinte años después

Y pese a las innumerables dificultades que ella encontrará -por esa prepotencia institucional blanca- para avanzar en su investigación, acabará descubriendo que se llamó y de hecho se llama Bezhig y que era una de los cuatro hijos del clan Little Bird de la Reserva Long Pine en el sur del país



Acoger indígena

Los realizadores simultanean las imágenes del presente de la brava investigadora Bezhig debatiéndose entre esos dos mundos tan radicalmente distintos con las de sus difusos recuerdos como niña alegremente salvaje (un salvaje que es sinónimo de estar en armonía con la naturaleza toda) y asimismo se nos muestran las imágenes de su amorosa familia de sangre, un hogar tan cálido o más que el de Golda

Son bellísimas las imágenes del luminoso y armónico hogar de infancia que va mucho más allá de su humilde casa y a su manera gracias a la sensible mirada de los realizadores son también bellas las del oscuro después del perverso robo de los niños

En el presente central se nos muestra como Bezhig logra conocer a esos dos hermanos también robados quienes lamentablemente no tuvieron suerte con sus nuevas familias. Y como conoce a Leo, el hermano mayor que fue el único que se quedó en la reserva indígena y quien como sus hermanos también soporta demasiada carga impostada por un estado al servicio exclusivo de la gente blanca

En efecto, Leo vivenció todo el drama de unos padres que nada pudieron hacer para recuperar a sus pequeños. Por ese mal mayúsculo, murió el padre y se abismó Patti, la madre del clan. Conmueve profundamente la naturaleza visceral de esa madre que grita su dolor en la tierra familiar y en los juzgados de la prepotencia racista. Una madre maravillosa a la que le pudo más ese aluvión de pérdidas que la permanencia de su primogénito quien acabó siendo cuidado por su abuelo y su tía

Hopkins y Taifeathers logran que empaticemos con todas esas personas victimizadas y que como Bezhig nos sintamos acogidos en su hogar tierra, acogidos por esa naturaleza mayúscula que les rodea y por la cálida autenticidad de la familia indígena tan radicalmente opuesta a la fría “vida” de la urbanita comunidad judía

En este sentido emociona especialmente el abrazo muy cerrado entre Bezhig y su madre Patti, un abrazo sumido en un silencio que es "música" de armonía esencial

Y será también abrazada una Golda que -superados sus miedos- se acerca gustosa esa familia que la acogen realmente como una más. Y es que la ejemplar comunidad indígena retratada es una comunidad abierta que –pese a tanto dolor sufrido- no rechaza ni menosprecia a los que en desnuda autenticidad se les acercan aunque estos no sean de su raza. Entiendo que en ese ser y estar humanísimamente respetuoso anida el mayor valor de esta excelente serie, un valor muy necesario en estos preocupantes tiempos que vivenciamos




 

 

 


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