M y The Fall: El cine como luz a los abismos de la criminalidad humana
Es necesario llevar un
caos dentro de ti para poder dar a luz una estrella danzante
Friedrich Nietzsche
Los asesinos seriales, un tema recurrente en el cine que atrae al gran público. Como si en el ver los horrores que sufren otros se aligerara los propios… Y de alguna manera ese compartir el proceder policial para atrapar al criminal despertara nuestro propio potencial para investigarnos más eficazmente
Sea como sea, el retrato de esos hombres –porque casi ninguna mujer ha sido asesina en serie-dementes y fríos nos ayuda a entender las sombras de la condición humana. Son ellos asesinos compulsivos y obsesivos que suelen enfocarse en la caza de mujeres y niños. Asesinos que –entiendo- reflejan hasta qué punto la inocencia infantil y la naturaleza femenina de la condición humana son vistos como amenaza para esas mentes desequilibradas -y dicho sea de paso para demasiada gente- que prefieren matar a asumir
En este sentido, todo tipo de relatos criminales ya sea basados en hechos reales o bien ficciones, han sido llevados a la pantalla desde los inicios del séptimo arte. En la mente del cinéfilo habitan títulos de culto firmados por maestros, de entre ellos he elegido M (1931) de Fritz Lang -rodado en los albores del sonoro- por su certero retrato de un asesino que se teme a sí mismo
Y este análisis se completa con una excelente serie británica contemporánea, The Fall (2013-2016) de Allan Cubit en la que se nos muestra un elaborado retrato del asesino y de la agente que investiga el caso. Su formato televisivo de superior duración permite desarrollar mejor el intrincado perfil del criminal y el laborioso proceso policial para cazarlo
Porque en las ocho décadas que separan ambas obras audiovisuales se ha avanzado mucho en la metodología policial en lo que se refiere a medios técnicos y muy especialmente en las capacidades personales del –buen- investigador para dar luz a la oscuridad humana que encarna un asesino serial. Así, el talento de Stella la detective de The Fall es infinitamente superior a la de sus colegas en M
Sin más, el análisis de
ambas obras entorno a un asesino de niños (M)
y acerca de un cazador de mujeres (The
Fall). Advertir que inevitablemente contiene spoilers
M de Fritz Lang: Retrato
de un asesino que se teme
Espera solo un ratito,
de negro el monstruo vendrá sólo con su cuchillito y a ti te rebanará
Canción en la película
Una niña canta la canción mientras juega a un “pim, pom, fuera” con sus amigos reflejando en ese espeluznante estribillo la psicosis en la que vive su comunidad. Y es que un asesino anda suelto y va a por ellas
Así inicia el filme el mítico director alemán quien pocos años después de realizar esta obra emigró a EEUU huyendo del nacismo. Y es fácil entender que la psicosis que retrata es reflejo de la que planeaba en su tierra tras la gran depresión y el resurgimiento del movimiento liderado por Adolf Hitler que fatalmente acabaría gobernando el país imponiendo un “orden” social uniformador gracias al férreo control policial y militar
Ese proceder antidemocrático es el de la policía retratada en la película cuyos agentes invaden cualquier domicilio sospechoso sin orden judicial ni cuestionamiento previo
Como M de mörder (asesino) conoceremos al hombre que burdamente buscan, y en ese ineficaz obrar nunca se sabrá su verdadero nombre. Lang nos lo muestra al inicio en acción y simbólicamente de espaldas y en sombras. Y es que como ocurre en tantas grandes películas de la época del blanco y negro, el maestro alemán realza las sombras y las convierte en inquietantes coprotagonistas
En este sentido, esa escena en que “vemos” a M por primera vez es antológica. Una niña jugando con su pelota por la calle hasta que encuentra un pirulí en el que luce el cartel de recompensa para quien atrape al criminal y ella que la hace rebotar en él al tiempo que surge la sombra del asesino. La sombra devora en imagen tal cual devorará ese hombre a su nueva presa
Y antológicas son también las imágenes de la ausencia de la niña en el hogar materno. Se nos muestran planos fijos de la mesa preparada para su cena destacando la silla ladeada para que la niña se siente sin esfuerzo... Y asimismo ocurre con los dos detalles de la consumación del acto: la pelota que cae a un terraplén y el globo que el asesino le regala como cebo que vuela lejos sin mano que lo agarre ya. Sutileza y silencio, sublime
En ese juego intencionado de sombras tardamos en ver el rostro de ese cazador de infancias femeninas. Sucede al tiempo que un grafólogo hace un retrato del asesino por una nota que redactó, lo vemos frente al espejo; vemos cómo M se mira y prueba de hacer muecas con ojos desorbitados. Esos ojos, las muecas y la inquietud corporal especialmente en sus manos conforman una caracterización magistral del mítico actor Peter Lorre
El grafólogo cree que el asesino evidencia una fuerte patología sexual, indolencia y locura. Un dictamen certero que es casi el único acierto en la infructuosa investigación policial
Por esa mala praxis los ciudadanos toman cartas en el asunto, especialmente el colectivo de delincuentes que ven cómo las batidas policiales a lo ciego en sus locales nocturnos perjudican su “modus vivendi” Y son ellos los que logran identificarlo gracias a un buen trabajo de equipo de los vagabundos a los que reclutan para observar en el anonimato. Y es un ciego –paradójica crítica, entiendo- quien identifica a M por su silbido característico que escuchó cuando le vendió –ese es su oficio- el globo con el que engatusó a su última víctima
Más allá de los juicios
Ahora el asesino es identificado por la M que le han marcado en su espalda, lo que facilita su captura por esa comunidad marginal que pretenden ajusticiarlo. Impresiona ver a la multitud de hombres –y alguna mujer- que se amontonan en una gran nave abandonada para presenciar el juicio popular en el que M acaba confesándose asesino y se desnuda anímicamente
Queda claro lo que ya se había intuido viéndolo actuar durante todo el metraje, M es un enfermo mental que tiene pánico de sí mismo, algo común en personajes despóticos como el que pronto como führer hundiría Alemania –y al mundo- a los abismos
Lo confiesa arrodillándose y descompuesto describe su tortura interior:
“Siempre vagando por las calles percibiendo que alguien me está siguiendo. ¡Soy yo! ¡Mi propia sombra! Me siento a veces como a la caza de mí mismo. Quiero escapar (el público marginal en silencio, algunos asienten identificándose en él) Pero ¡no puedo huir de mí mismo! Debo obedecer a ese impulso y corro. Y conmigo vienen los fantasmas de las madres y las niñas ¡Nunca me dejan! Siempre están presentes excepto cuando lo estoy haciendo. ¿Quién sabe lo que pasa en mi interior? Cómo grito y sufro por dentro cuando tengo que hacerlo. No quiero hacerlo, debo hacerlo”
La confesión cala en el público y se inicia un interesante debate ético a voces sobre la eficacia de la justicia y de los internamientos psiquiátricos. Para unos pocos M es un enfermo y para la mayoría es un monstruo que no merece perdón ni tratamiento
La película acaba con el juicio real tras la irrupción de la policía en ese simulacro. Y las sentidas palabras de las madres llorando sus pérdidas: “Esto no traerá de vuelta a nuestros niños. Deberíamos de vigilar más de cerca a nuestros hijos”
Un sentir que es también una denuncia porque a pesar de la amenaza se nos muestra como ninguna medida de prevención/protección fue adoptada ni por las autoridades ni -más tristemente aún- por los padres. De este modo, lamentablemente los niños han seguido andando solos por las calles y nadie les ha prestado atención en su desnortado ajetreo adulto
Y como es sabido, una infancia no vista ni cuidada evidencia
una sociedad triste y desaliñada. En ese ambiente sin calor ni amor –o peor-
probablemente creció M y los delincuentes que le pretendieron juzgar, todos ellos
debieron ser niños descuidados/abandonados que no tuvieron protección ni buenos
referentes adultos y en su desubicación casi inevitablemente se convirtieron en
sombras de sí mismos. Sombras que se temen y que a menudo huyen de su miedo
infundiendo miedo a los demás
The Fall: En la mente del asesino
Nadie sabe qué sucede
en la cabeza de los demás. Y la vida sería intolerable si pudiéramos hacerlo
Paul
De un asesino de niñas a uno de mujeres. Aquí también pronto sabemos quién es él, y en este caso su nombre: Paul –gran caracterización de Jamie Dorman- un hombre que es padre de familia y que paradójicamente trabaja como consejero de duelo
Un asesino serial consolando a gente que ha sufrido la pérdida de un ser querido, o apoyando a una mujer maltratada diciéndole que tiene derecho a estar segura en su casa. Él de día aconsejando a gente tocada mientras en la simbólica noche penetra en la intimidad de sus víctimas para asesinarlas en su propio hogar, brutal ambivalencia la que encarna
Y frente a él, la reputada investigadora Stella Gibson -a la que da vida una excelente Gilliam Anderson- quien dirige la operación policial para atraparlo
Dos mentes brillantes encaradas, dos cazadores experimentados pero con objetivos radicalmente distintos. Cubit subraya lúcidamente ese aspecto coincidente alternando a menudo el hacer de uno y de otra
En efecto, en ambos se manifiestan modos de hacer metódicos, son obsesivos en su tarea y muy dominantes. Dominantes especialmente en lo sexual. Quizás por esas coincidencias –más allá de su experiencia y capacidad- Stella es capaz de elaborar con poca información un buen retrato de ese depredador esquivo
Así, la detective entiende que todo asesino serial es como un drogadicto, y que su adicción es creciente. Y describe acertadamente a Paul, postulando que él disfruta matando a las mujeres y dominándolas gozando así de su poder especialmente al verlas muertas, al asesino le pone sobremanera esa total sumisión. Una hipótesis que comprobamos real al verlo masturbándose en su casa observando la fotografía que hizo a la víctima más reciente
Porque Paul guarda fotografías y retratos al carbón de sus presas en un cuaderno en el que anota impresiones personales tales como: “¿Es el asesinato o la sombra del asesinato lo que causa el mayor placer y el mayor dolor?
Y en una nueva coincidencia de ser, se nos muestra como Stella también tiene su cuaderno. En él desvela su sentir íntimo y apunta ideas sobre la investigación del caso. Un cuaderno personal que guarda junto a su cama y que Paul llegará a leer –devorador de intimidades como es él-en el largo proceso de caza a dos bandas entre estas personalidades antagónicas y sin embargo tan coincidentes
Por su parte, Paul esconde su cuaderno en su afán de no ser reconocido. Lo guarda en el sintomático falso –así es él- techo de la habitación de su hija de cuya trampilla cuelga un simbólico móvil infantil de mariposas o la imagen de la transformación y elevación del que se cree poderoso y no un “gusano” como todos los que le rodean
La niña inocente duerme bajo los retratos de las mujeres asesinadas por su depravado padre, no es de extrañar que la pobre tenga pesadillas recurrentes. En este sentido, su también inocente madre le comenta a Paul que le gustaría saber qué le pasa por la cabeza a la niña y él responde un significativo “Nadie sabe qué sucede en la cabeza de los demás. Y la vida sería intolerable si pudiéramos hacerlo” Sin duda, la mujer se horrorizaría si le leyera el pensamiento a su esposo
No obstante, Paul es incapaz de hacer daño a los niños. Su problema, su rabia está con la feminidad y no con la infancia. Por eso, cuando se entera de que su última víctima estaba embarazada envía una carta a sus padres asegurando que de haberlo sabido no la hubiera matado
Y en su argumentación cita a Nietzsche: “Es necesario llevar un caos dentro de ti para poder dar a luz una estrella danzante” Nuevamente el ego desmesurado, la mariposa entre gusanos, Paul se cree estrella liberada en un mundo de necios
Coincidencias significativas
Y como sucediera con M, esa carta lo delata. Gracias a ella, Stella puede entender mejor a su oponente y por su análisis sabrá que es padre de una niña. Y también la coincidencia entre ambas obras audiovisuales analizadas en el descuido del asesino que escribe sobre una base que por calca proporciona pistas a la policía, en M fue una superficie peculiar y aquí Paul escribe sobre un dibujo de su hija
Poco a poco asesino e investigadora están más cerca en una potente confrontación que aún tiene a Paul como jugador aventajado, su ventaja es el anonimato. En este sentido es significativa la conversación telefónica que ambos mantienen. Él que llama a la policía exigiendo el teléfono privado de ella. Y Stella que acepta el reto saltándose el reglamento en su obsesión por cazarlo
Esas características similares –deseo de controlarlo todo, obsesión e incluso relativismo moral- son las que Paul esgrime en su disertar engreído ante Stella. Para el asesino, la diferencia está en que “tú estás atada a nociones convencionales a cerca del bien y del mal y yo soy libre”. Diferencia que Cubit realza al mostrarnos a Paul hablando al aire libre mientras que su interlocutora se encuentra en el interior de un edificio
Pero Stella no se achanta y le hace bajar de su pedestal consiguiendo descolocarle, especialmente al mencionar que saben que tiene al menos una hija: la infancia a proteger, su punto débil como monstruo, el valor humano que pese a tanto sobrevive en él
Por eso Paul está cada vez más tocado, más consciente de la lucha entre el bien y el mal que él encarna. Y ahora sí más humilde al ver peligrar su status, su vida familiar; lo vemos poner la mano en la barriga de su mujer embarazada diciéndole “sólo tú puedes salvarme de mí mismo”, ella –inocente- cree que le habla de su descubierto amorío con la canguro…
A partir de aquí asistiremos a la huida hacia delante de Paul, a su captura y a inesperados acontecimientos que nos mantendrán en vilo hasta el capítulo final
En todo caso y como conclusión resaltar el ya comentado fondo humano de este asesino que se evidencia en su afán por no dañar a los niños. Y que sin duda Paul es un enfermo que requeriría internamiento psiquiátrico. Lo que nos lleva de nuevo a debatir –como en el juicio popular de M- si un monstruo como él tiene realmente cura
Entiendo que no es fácil salir del abismo propio, pero tal y como argumenta el padre de la víctima embarazada a la escéptica Stella existe la posibilidad:
“Me parece que la gente mala es gente mentirosa. Se mienten a sí mismos y mienten a los demás. Si puede dar al menos un buen paso en la vida puede que le sea más difícil escoger el mal sobre el bien"
Este ensayo es la revisión del publicado en el diario CyL
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