La Terminal: Ante el mundo del control y las normas absurdas

 




La manera de lidiar con un mundo sin libertad es llegar a ser tan absolutamente libre que tu misma existencia sea un acto de rebelión

Albert Camus

 

Steven Spielberg nos ofrece una notable ficción inspirada en hechos reales entorno a un hombre atrapado en un aeropuerto a causa de un vacío legal. La Terminal (2004) invita a reflexionar sobre la complejidad y a menudo absurdidad de las reglamentaciones, asimismo sobre la creciente rigidez en el control de las personas y paralelamente entorno a la falacia del mundo occidental “libre”

Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este ensayo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final)



Golpe de estados

La acción se desarrolla en el aeropuerto Jhon F.Kennedy de Nueva York, se nos muestra el ajetreo de gentes y especialmente el estricto control de entrada para los ciudadanos extranjeros. Un control a cuyo mando está Dixon (Stanley Tucci) el astuto y estricto director de aduanas a quien nada ni nadie se le escapa. Un control el suyo que se sustenta en las complejas normas legales que rigen en su país –y desafortunadamente en casi todo nuestro mundo- que él conoce al dedillo y aplica con sumo rigor

Viktor (Tom Hanks) es un ciudadano de un país del este a quien al llegar le confiscan su pasaporte y el billete de regreso. Lo vemos en el despacho de Dixon quien le informa que mientras volaba hubo un golpe de estado en su país y el pasaporte ya no es válido hasta que el gobierno de EEUU reconociera a ese nuevo gobierno, “usted es inaceptable” concluye sonriendo en actitud indiferente y cínica. De un golpe de estado nacional al golpe personal de otro estado

En esa conversación que tanto marcará a Viktor está también presente Mulroy el jefe de policía (Chil McBride), los dos funcionarios saben que ese hombre no los entiende al comprobar que desconoce el idioma inglés, y comentan que no ha llegado el intérprete –sabremos que nunca llega, no hay voluntad de entender a los extranjeros- pero no tienen reparo en proseguir sin esa imprescindible colaboración. O la desafortunadamente común prepotencia del poder, en este caso del país poderoso que exige –no de forma directa y clara, en esta ocasión- el conocimiento de su idioma, triste



Libertad (para consumir)

Dixon -ese funcionario que encarna la prepotencia del poder- acompaña a Viktor a la sala de tránsito internacional informándole que allí reside su “libertad”. En el supuesto país de la libertad, en la ciudad que alberga la Estatua de la Libertad, un director de aduanas tiene el cinismo de vender una cárcel como libertad. En esa sala sólo hay libertad para comprar, patética “libertad” esa que Spielberg parece mostrarnos como reflejo de nuestro mundo consumista, un mundo que tiende a enarbolar la libertad de compra como si fuera libertad de ser

Viktor entiende que tiene que esperar y confía –así es él- en que Dixon buscará una solución a su situación. Pronto toma conciencia de la nueva realidad de su país al ver las noticias en los múltiples monitores de esa sala. Lo vemos desesperado intentando llamar por teléfono a los suyos sin que nadie le ayude, la gente pasa de él. Poderoso simbolismo en ese pasar gente anónima: el pasar caminando y el pasar de todo, esa triste realidad de la sociedad de las prisas y los asuntos propios



Antitéticos confrontados

Y pronto también Viktor toma conciencia de que Dixon no está por la labor de solucionar su situación, más bien todo lo contrario, parece disfrutar con su encierro. Al director le incomoda ese hombre de corazón que es su antítesis y hace todo lo posible para hacerle la vida difícil

Pero el prisionero se mantiene en su autenticidad –no se vende- y sobrevive a todo. Poco a poco va haciendo amigos entre el personal de la terminal e incluso consigue trabajo con un buen salario, hecho que irrita aún más a un Dixon obsesionado que siempre está observándolo desde su sala de monitores

Hasta que un día el controlador necesita al controlado como traductor; en su solicitud la constatación de que la grandiosa terminal del control tiene pies de barro: su total falta de empatía para todo aquel que no habla el idioma del imperio del consumismo hace que nunca haya un intérprete que facilite las cosas al extranjero

Y Viktor acepta mediar como traductor de otro hombre del este atrapado en la sinrazón de las normativas, al pobre le quieren confiscar unos medicamentos que son para su padre enfermo y para evitarlo Viktor  –que ha tenido sobradísimo tiempo para conocer los reglamentos- afirma que son para una cabra, nada que objetar

La cabra, ese animal de comportamiento alocado; la cabra aquí que puede entenderse como imagen de la locura que supone seguir las complejas normas que rigen ese aeropuerto, que rigen nuestro a menudo absurdo mundo

Sea como sea Dixon intuye que Viktor le engaña y en rabia lo bloquea contra una fotocopiadora amenazándole y se nos muestra como la máquina no para de sacar copias de su mano. La noticia de lo ocurrido corre, el traductor es considerado un héroe por todo el personal del aeropuerto, su mano preside todas las tiendas

La simbólica mano abierta de Viktor, la mano tendida que él siempre ofrece frente al puño cerrado del enfrentamiento que lamentablemente tantos prefieren. La bella cita de Elias Canetti lo expresa claramente:

 

Mano tendida, mano que hace. La mano alcanzó su perfección allí donde renunció a la violencia y al botín. La verdadera grandeza de las manos está en su paciencia

 


El poder de la autenticidad

Así es Viktor, un hombre auténtico que se convierte en héroe por su creatividad ante las dificultades, su amabilidad, su empatía y por la gran paciencia con la que sobrelleva su larga espera. Y por esa forma de ser y en esa actitud finalmente podrá salir de ese absurdo encierro que de alguna manera lo ha engrandecido venciendo al antitético sin buscar para nada vencerlo

Viktor consigue su pasaporte gracias a la resolución del conflicto en su país aunque Dixon no le permite entrar en EEUU chantajeándole y entregándole su billete de vuelta como única salida. Y es que sabe que Viktor necesita entrar a Nueva York para cumplir una promesa a su difunto padre. Lo sabe el controlador implacable y lo saben todos sus innumerables amigos de la terminal que no entienden ese regreso “cobarde”

Todo cambiará cuando el trabajador emigrante motivo del chantaje conoce la verdad y sale a pista a detener su avión para en justicia permutar su situación. Todos los empleados de la terminal forman una comitiva animando a un Viktor que podrá salir de allí gracias a la ayuda de Mulroy el empático jefe de policía

Nuestro protagonista va directo a cumplir su promesa. Su padre coleccionaba autógrafos de músicos de jazz, le faltaba uno y para lograrlo él ha viajado hasta allí. Lo vemos en el local donde ese saxofonista toca, como lo escucha él por su padre y como llora emocionado. Y de allí sale con el autógrafo que guarda junto a los otros en la caja que tenía el padre y que le ha acompañado en ese absurdo encierro. Sube a un taxi y ante la pregunta del taxista responde con satisfacción “voy a mi casa”  mientras besa la caja y en ese besar besa al padre

Este artículo es la revisión del publicado en el diario CyL




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