Los Tortuga: Una historia femenina sobre el duelo y la dureza del mundo
Y después de
la rabia,
una lágrima
rozando la caída
Recuerdo de
la sumisión del hielo al calor
Marçal Font
Andalucía y Catalunya, dos pueblos ibéricos de naturaleza bien distinta que desde mitades del siglo pasado se han hermanado profundamente. En efecto, como sabemos durante el franquismo se produjo una gran migración de familias andaluzas asfixiadas económicamente a la pujante industrializada “Barcelona” (unas comillas que engloban a la capital catalana y su área de influencia). Y ya afincadas, los hijos migrantes tuvieron descendencia catalana de profundas raíces andaluzas
Muchas son las películas que retratan o evocan esa nada fácil migración de personas a una tierra “extraña” y sin embargo acogedora, sin echar mucho la vista atrás sirva como ejemplo la épica El 47 (2024)
En este sentido, Belén Funes (catalana de alma andaluza) nos ofrece en su segundo largometraje –galardonado con tres premios en la 28 edición del Festival de Málaga- una bella ficción intergeneracional femenina ambientada en las tierras de su Jaén familiar y el área metropolitana barcelonesa
Los Tortuga (2025) nos habla de esas mezcolanzas o hermandades (las ibéricas y las de más allá del ámbito peninsular) y asimismo de distintos aspectos profundos en clave femenina como son el proceso del duelo, las ambivalentes relaciones familiares, la a menudo difícil expresión de los sentimientos… Y en ese retrato humano se pone el foco a la realidad político-social actual y su influencia en las personas, en especial cómo nos afectan la creciente asfixia económica y el abuso de poder de ciertos grupos económicos
Una historia dura –cuyo guion firma Funes junto a Marçal
Cebrian- que de alguna manera evoca las durísimas historias de aquellos
antecesores emigrantes quienes cargaban con sus pocas pertinencias caminando con
lentitud, de ahí el apodo de la época que da nombre a la película. Y una
historia luminosa en el sentido de la búsqueda de salidas ante la dureza
retratada que es la del mundo actual en el que el campo languidece y la ciudad
ve crecer la brecha social
Sus protagonistas son la joven Anabel (Elvira Lara, excelente en su debut actoral), que se nos presenta como catalana hija de padre andaluz y madre chilena: ella es la coprotagonista y se llama Delia, la encarna en excelencia la veterana Antonia Zegers; y él el fallecido Julián que es el vació que tanto duele a ambas mujeres
Mencionar que el pasado 1 de Junio tuve la fortuna de asistir a la sesión especial en los míticos cines Verdi del barcelonés barrio de Gràcia. Allí, y tras la proyección de Los Tortuga, se inició un coloquio con la realizadora conducido por su amigo Javi Giner. En esa complicidad pudimos disfrutar de muchas anécdotas del proyecto y profundizar en distintos aspectos que la película aborda. Gracias a los dos
Antes de proseguir, debo advertir que el análisis
que sigue contiene spoilers y alguna anotación de las ideas que Funes
desarrolló en el coloquio
Dureza versus luz
La película se inicia con una bella imagen simbólica que expresa la dicotomía de la historia retratada: la mencionada dureza de la vida que madre e hija experimentan en propia piel y paralelamente la luz de la mirada de Funes que de alguna manera es también la luz de sus protagonistas quienes pese a tanto mantienen un hilo de esperanza –entiendo- en su saberse herederas de un clan familiar de mujeres resilentes
En efecto, se nos muestra la recolección de olivas a la moderna usanza, es decir con máquinas que zarandean sin miramientos esos árboles que son alma andaluza. Esa dureza del zarandear productivo se suaviza con la mirada enfocada al sol tamizado por el poético “baile” de ramas y hojas violentadas
Será así también en la escena en la que los olivos familiares son finalmente arrancados para dejar el terreno libre y así poder “plantar” placas fotovoltaicas. En esa ocasión el zarandeo se torna agresión total y la poesía está más en la actitud respetuosa de la joven Anabel evocando al padre
Y asimismo hay dureza en la “Barcelona” retratada, una macro ciudad de ciudades en la que cada vez es más difícil vivir sin ser propietario o tener una nómina elevada. Una dureza extrema que vivencia especialmente Delia quien trabaja de noche en su taxi como forma de conseguir más ingresos
Y una dureza que se agranda hasta lo insoportable cuando el edificio de viviendas donde ellas residen es adquirido por un grupo empresarial (uno de los tristemente famosos fondos buitre) que rescinde su contrato de alquiler (y el de todos los demás vecinos) Esa dureza última las extenúa y en ese extenuarse lo reprimido aflora con fuerza. Aquí la poesía es oscura pero se entiende que necesaria…
Rabia
Si esas ramas de olivo zarandeadas eran poesía, a su manera lo serán los brazos -a modo de ramas genealógicas- de madre e hija en la potente escena en el taxi de labor nocturna y que tiene lugar tras visitar un piso que pone en evidencia la normalización de la falta total de ética en el mercado de alquiler
Delia y Anabel se pelean a golpes “amorosos” (porque pese a sus reproches ellas se aman, ellas se sienten “juntas”) en su rabia por su situación económica y en su rabia dispar por la muerte de Julián
En efecto, se nos retrata como Anabel ha asumido mejor la pérdida de un padre que murió por causas que no se nos aclaran. La hija lo llora y lo honra pero la esposa se esconde en el trabajar sin tregua y asimismo oculta la dolorosa realidad a su anciana madre quien no entiende porque Julián no habla nunca con ella en sus periódicas videoconferencias intercontinentales
Y apreciamos también como la joven es la que mejor expresa la rabia ante la injusticia de la expulsión del hogar familiar; la vemos pateando las placas metálicas que impiden el acceso a las viviendas que antes ocuparan sus vecinos
Por el contrario, Delia se muestra en una
protectora máscara de apariencia indolente que sabe falsa, una máscara que
afortunadamente –para ella, para ellas- caerá gracias a dos niñas de la
familia andaluza. una familia que si bien es del padre también lo es suya tanto en
palabras como especialmente en hechos
Lágrimas
Jugando con esas niñas sobrinas, Delia se desinhibe de todas las cargas en esa complicidad que se da entre adultos niñeros y niños que agradecen su atención. Y será cuando ellas le digan cómo se llama el muñeco con el que juegan cuando la mujer necesite sentarse a la mesa familiar y se permita empezar a llorar tanto reprimido
No había llorado Delia antes en una contención que se entiende como evitación del aceptar la dolorosa pérdida y afrontar la rabia hacia un hombre que la dejó “sola”, que las dejó “solas”
Un no llorar extremo en la chilena que no obstante está en consonancia con el espíritu del retrato intergeneracional que nos ofrece Funes. En efecto, observamos que lloran poco las distintas mujeres familiares y se nos explica que es intencionado, un “no lloréis y sed duras” que la realizadora entiende necesario para que tras la contención emocional afloren “cosas muy de verdad”
Economía y emocionalidad
Sea como sea, Funes apuntó otra idea fundamental en la mirada de Los Tortuga: uno de sus propósitos ha sido explorar hasta qué punto el perfil económico de una persona le afecta emocionalmente en su vida
En este sentido llega a afirmar que “la tristeza es casi una cuestión de privilegio” argumentando que una persona como Delia no puede permitirse parar de trabajar ni tiene tantas opciones de apoyo profesional para afrontar el duelo -en un contexto de sanidad mental pública desbordada- como sí tienen aquellos que pueden permitirse costeárselo
De ahí que denuncie que “hay mucha parte de lo íntimo que nos pasa y que en realidad es político”
Y concluye en luz a propósito de las oscuridades retratadas: “no estoy en la rabia, estoy en la reconciliación”. Así lo entiende y así lo muestra una realizadora comprometida en lo social y en lo personal que busca la implicación del público en sus historias para despertar la necesaria empatía humana como antídoto a la creciente voracidad económica de "nuestro" sistema capitalista global















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