La niña de la cabra: Una amistad infantil entre mundos opuestos
He visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con cuentos…
y sé todos los cuentos
…
Me durmieron con un cuento…
Y me he despertado con un sueño
Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos
Voy a contar mi sueño
es un sueño sin lazos,
sin espejos,
sin anillos,
sin redes,
sin trampas… y sin miedo
León Felipe
La realizadora, guionista y actriz Ana Asensio nos ofrece con La niña de la cabra (2025) una notable película a modo de fábula en la que nos retrata la amistad entre dos niñas Elena (Alessandra González) y Serezade (Juncal Fernández) que viven en mundos opuestos
Una ficción luminosa –en la fotografía y en la empatía de su retrato- que nos sumerge en su manera de sentir, especialmente en el de la inquieta Elena quien pronto pierde a su amadísima abuela. Asensio explora a través de su interrogativa mirada infantil (excelente la interpretación de la pequeña Alessandra) temas trascendentales de la condición humana como son la muerte, el más allá tras la muerte, las convicciones y los estigmas sociales…
La niña de la cabra se ambienta en un barrio popular del extrarradio madrileño durante la década de los setenta del siglo pasado. Allí en un humilde bloque residencial vive Elena con su familia y allí acude Serezade con su clan nómada gitano –cabra incluida- para ofrecer sus espectáculos musicales callejeros
Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers
Mundos adultos
Asensio pone el foco en cómo el mundo adulto influye y condiciona el vivir de las niñas quienes experimentan en propia piel sus a menudo contradictorias formas de entender la realidad. Así, por un lado retrata la radical diferencia entre la cultura nómada de la tradición gitana de una versus ese modo sedentario anclado en la tradición católica de la época de la otra
Pero también se nos sumerge en las visiones opuestas dentro de la propia familia de Elena. En efecto, conocemos a la abuela en sus últimos días de vida, una mujer “niña” que congenia con su nieta y que siempre la aligera de las cargas del exigente mundo adulto que encarnan sus padres en su aceptación de unos dictados sociales forjados durante la “santa” represión franquista
Una abuela que disfruta viendo bailar libremente a su nieta (sin pasos marcados que ha de ejecutar a la perfección) y que la invita a leer los versos del gran León Felipe citados en el encabezado. Elena lee e interioriza esas palabras rebeldes, palabras profundas que tras la muerte de la anciana serán para ella su más preciado legado…
Muerte y cabra
Y es que su muerte crea un gran vacío en Elena quien quiere estar en la habitación de la abuela y necesita rodearse de sus cosas. En esa conexión, la niña sueña recurrentemente con ella preocupada de si su más allá será o no será “bueno”
Porque a Elena, quien pronto va a recibir la comunión, le afecta la visión católica del castigo en el infierno versus la recompensa del cielo. Y le “mortifican” las imágenes de las pinturas oscuras del maestro Goya que conoció en una reciente visita al Prado. Especialmente le impactó la figura de la cabra negra que su maestra asoció a la “oscuridad del diablo”, una cabra negra demonizada tal y como las mujeres danzantes que la acompañan etiquetadas despectivamente por esa mujer como “brujas”. Esa es su “educación”, un adoctrinamiento que relega a la oscuridad la espontaneidad y la alegría vital
En efecto, la cabra demonizada que asusta a Elena ha sido considerada desde tiempos antiguos como símbolo de libertad, espontaneidad y alegría. Una alegría danzante cercana al vértigo asociada a los legendarios Dionisos y Pan, ambos arquetipos de la fuerza del impulso vital que la tradición católica ha malinterpretado convenientemente como "lujuria demoníaca”
Encuentro en luz
Elena acabará dejando de temer a la cabra negra por ese compartir amistad con Serezade. Es bella la escena en que ambas se conocen cara a cara:
Asensio sigue el descenso a la plaza de una Elena conmocionada que acaba de darse cuenta de que la abuela muerta ya no está en casa, la vemos de espaldas con la potente luz solar de cara hasta que su objetivo cambia del buscar a la anciana al acercarse a la misteriosa Serezade
La atracción entre ambas niñas es instantánea, en sus miradas está esa luz solar de la inocencia (esa que nunca genera barreras ni muros) y del querer descubrir la diferencia que la otra encarna
Y llegará el día que una Elena desengañada con sus padres -por la urgencia materna de vaciar la habitación de la abuela, por las discusiones entre ellos y por su rotunda prohibición de ver a la niña gitana- se esconderá en el vehículo del padre de su amiga con el propósito de vivir con ella, con ellos
Para evitar ser vista por los adultos, Serezade la acondiciona en la cabaña de la cabra Lola y en ese compartir noches poco a poco Elena superará ese miedo atávico impostado a un animal que carga con las sombras no reconocidas de tantos “buenos” adultos que obvian su condición humana y no se aceptan en su natural ambivalencia
Serezade le habla de que sus padres “eran de distinto país pero tenían tanto amor que se casaron y me tuvieron a mí, soy un milagro”, se lo dice una niña no creyente que afirma que los gitanos no van ni al cielo ni al infierno sino a otro sitio con un gran árbol de chuches y pasteles para todos. Ambas quieren ir allí para bailar y cantar o ese instintivo danzar libre de las “brujas” dionisíacas, de las mujeres de toda edad que sienten en sí la ambivalencia y no soportan la racionalidad sin alma
Pero un día Elena será descubierta y regresará con sus padres quienes se le abrazarán reconociendo su error. La niña por fin se siente plenamente querida/reconocida y puede conservar las cosas de la amada abuela
En este sentido, Asensio nos muestra un final sugerente en el que Elena y sus compañeras de colegio van a celebrar su comunión como “buenos niños libres de pecado”. Allí la vemos sin responder al desesperado cura que le va a entregar la hostia sacramental, no sabremos qué decidirá. Un final que de alguna manera escenifica los sugerentes puntos suspensivos del poema del gran León Felipe, el bello legado de esa mujer rebelde que la acompaña y la guía siempre
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