Diecisiete: El valor de permanecer juntos

 


No vayas detrás de mí,
tal vez ya no sepa liderar
No vayas delante, tal vez
yo no quiera seguirte
Ven a mi lado para poder
caminar juntos

Proverbio Ute

 

El novelista, guionista y realizador Daniel Sánchez Arévalo dirige Diecisiete (2019) una bella road movie que muestra las vivencias de Héctor e Ismael, dos hermanos que viajan por las tierras cántabras en busca de un perro

La película es un emotivo retrato de su diferencia, su rivalidad y su complicidad cuya pedagogía está en el valor de permanecer juntos. La suya es una historia de carencias cómo la de tantos niños a lo largo de los tiempos. Y ante las carencias cada cual desarrolla sus mecanismos de supervivencia, sus formas de auto-protegerse del dolor…

 

Debo advertir que el análisis que sigue contiene spoilers



Héctor

Héctor (Biel Montoro) es un muchacho muy especial que se aísla de la gente. Ha aprendido a ser autosuficiente, él es inteligente, siempre encuentra salidas/soluciones para todo. En este sentido le vemos buscarse la vida en su día a día sin hogar, lejos queda el tiempo en el que vivía con la abuela (Lola Cordón) que ahora está internada en una residencia y la relación con su hermano Ismael (Nacho Sánchez) es difícil

Tiene un amplio historial de pequeños delitos y acaba recluido en un centro de menores por la denuncia de Ismael quien no sabe qué hacer con ese hermano rebelde. Ahí como interno sigue sin relacionarse con los demás, es el “raro” para los otros. Ahí aprende de memoria el código penal que la jueza de su encierro le ha entregado para que tome conciencia de las consecuencias del delinquir en la edad adulta a la que ya asoma. Es ese bien preciado el elegido por algunos “compañeros” con ganas de provocarle quienes se lo destrozan y le destrozan anímicamente, desafortunadamente nada nuevo en su vida de superviviente

Y ante ese destrozo, Héctor opta por recomponer. Lo vemos recogiendo los pedazos de las páginas rehaciendo el libro y escapando hábilmente para buscar los que el viento ha llevado fuera del centro

Llama la atención que sus educadores –de trato cercano con los internos- no le restituyan ese libro, que no empatizen con ese chico tan especial regalándole un nuevo ejemplar del código. No es fácil conectar con alguien que se encierra, precisamente por esta razón entiendo que el ofrecerle un nuevo ejemplar hubiese sido una buena oportunidad para entrar en su mundo

Será un perro el que lo abra, y es que Héctor acepta cuidar uno de los del programa concertado con un centro de acogida de animales abandonados. Oveja –así lo llama- no quiere el contacto con los otros perros, el animal es tan especial como él. Se nos muestra a Héctor cuidando y jugando con “su” perro, porque el muchacho siente que lo es aunque esté con él en los ratos establecidos por el programa y mientras nadie se interese por el animal

Y llega el día en que Oveja es adoptado. Héctor no acepta otro perro de acogida, él quiere a su Oveja por lo que se escapa de allí con la idea de recuperarlo. Puede más su amor por el animal que la asunción de su realidad: pronto será adulto y ese código memorizado se le aplicará. El chico es así, actúa según lo que siente, es auténtico, tiene su propio código



Un-y-dos

A partir de esta huida, la película se torna una road movie. Se nos muestra como Héctor convence a su hermano para que le ayude a recuperar a Oveja por los posibles hogares de adopción en la autocaravana de Ismael. Los dos surcando carreteras de la bella Cantabria acompañados por la abuela a la que quedan pocos días de vida, Héctor –muy unido a ella, es el único que entiende sus balbuceos y sabe cuidarla- no ha querido dejarla morir sola

Se hace patente el pulso entre ellos, Ismael acostumbrado a hacer de padre de su hermano pequeño queriendo imponer sus criterios a menudo con ironía, la ironía del resentimiento por tantos años apagándole fuegos y en general por el mundo injusto en el que vivimos que a ellos tanto les afecta. Y Héctor que ya no es un niño y tiene más recursos va haciéndose oír con palabras y hechos. ¿Quién es el más maduro? ¿Quién manda realmente? ¿O ya va siendo tiempo de equilibrar la balanza?

Entre bufidos y malas caras los hermanos hablan de su pasado compartido, de su ambivalente relación, de su gran diferencia de ser, de sus problemas… Y ante el empeoramiento de la abuela se dirigen a su pueblo natal para cumplir su voluntad: la de ser enterrada con su esposo. Allí están los familiares que se quedaron y que no le han perdonado su marcha. Allí recordarán la historia del abuelo quien siendo niño durmió en las cuadras para ahuyentar con su hedor a los compañeros que le pegaban, el abuelo un ser tan especial como Héctor. Y allí en el objetivo común de cumplir con el deseo de la abuela, poco a poco los dos hermanos irán acercando posiciones llegando a acuerdos. Incluso Héctor –el históricamente ayudado- echará una mano a Ismael –el históricamente ayudante- en su no reconocida crisis de pareja

La película es bella en ese retrato de los dos hermanos, en el retrato de su rivalidad y su complicidad. Es bella al mostrar el cuidado de amor y agradecimiento a la abuela, a la mujer que les fue madre. Es bella también por plasmar cuanto amor y cuanta ayuda ofrecen los animales a las personas solas, con problemas y enfermas; Oveja ayuda a Héctor y otro perro de esa perrera ayuda a la abuela en sus últimos días...

En definitiva la película es bella en su sencillez por su humanidad y autenticidad. El suyo es un relato de lectura fácil válido para todos los públicos, un relato que emociona, divierte e instruye en el arte de vivir focalizando lo que nos une pese a tanto. En este sentido Héctor e Ismael se nos hacen cercanos, viajamos con ellos en esa autocaravana, viajamos en sus vidas y probablemente en el recuerdo de las nuestras. Y qué es el buen cine –a mi entender- sino una invitación a viajar en otras vidas como reflejo o ayuda en nuestro propio viaje vital

Este artículo es la revisión del publicado en el diario chileno CyL

 


 

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